Gabriel Ruiz de
los Llanos
Editorial del
Nuevo Amanecer
Buenos Aires /
Diciembre 2014
NI SAN MARTÍN NI
BERGOGLIO SON ARGENTINOS
El que quiera servirse de esto,
que lo haga
Quien lo necesite puede saciarse
libremente acercando hasta sí lo que esta fuente le ofrece. Uno nunca sabe,
deja pasar la oportunidad, se distrae y
cuando quiere hacerlo no tiene de dónde.
Si buscó pistas, honradamente, de
lo que las cosas son, antecedentes hasta hoy ocultos, le basta tomarlas de la
palma de esta mano que se extiende en su buena voluntad y generosidad entregando
eso, claves de asuntos que tratan
de nosotros. Los argentinos.
Reflexiones que llevan consigo el
cuidado de la verdad a lo largo de una exposición simple orlada de primicias
argentinas que cuelgan de su balcón.
Novedades nunca oídas,
sugerencias no escuchadas, y que llevan derramadas en su
originalidad definiciones sobre la Identidad argentina, el Espíritu argentino,
y el origen de éste.
Decía Domingo F. Sarmiento hace
170 años estas palabras que más hubiesen
querido firmar como propias los que a lo
largo de todo ese tiempo la han ido de nacionalistas, que en el reparto de nombres eligieron uno
para ellos que les quedó grande, decía
Sarmniento, en su inmarcesible “Facundo” :
“Este hábito de triunfar de
las resistencias, de mostrarse siempre superior a la naturaleza, desafiarla y
vencerla, desenvuelve prodigiosamente el
sentimiento de la importancia individual y de la superioridad. Los argentinos,
de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta
conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les
echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y
arrogancia.”
Dejando primero que estos
conceptos arropen sabiamente los oídos, preguntamos nosotros luego, más para
entregar una respuesta que para recibirla: ¿De qué cosas podríamos
legítimamente presumir y llegado el caso arrogarnos los argentinos?
Lo que sigue va dedicado en
primer lugar a los que Rafael Obligado señalaba como los que tengan corazón,
los que el alma libre tengan, los valientes ésos vengan a escuchar esta canción:
sostenemos nosotros que los argentinos pueden presumir y arrogarse con licitud
absoluta de aquello que carga en su ser el Espíritu argentino, de lo que exuda
en sus manifestaciones de grandeza y lo que transmite al poseedor de
sensibilidad para hacerlo suyo a nuestro Espíritu. Los argentinos podemos presumir y arrogarnos
de nuestra índole que es:
1) Bizarra prosapia de la
sangre. 2) Augurio de banderas. 3) Garantía del Ser. 4) Índice que señala reos
que arrastran los pies del alma al caminar. 5) Embriaguez del concepto. 6)
Estilo que nos coloca entre la espada del Deber y la pared de los sueños. 7)
Abadía de sintaxis. 8) Aval antropológico bajo bandera. 9) Pasado perfecto. 10) Lo opuesto a la
trémula endeblez estulta del Resentimiento. 11) Gravidez de originalidad. 12)
Umbral metafísico de un empuje triunfal. 13) Empuñadura genealógica de la
Tradición.
Debiendo entenderse de la prolija
definición que antecede, entre otras cosas
lo siguiente:
Que el Espíritu argentino es un
espléndido encadenamiento místico de su linaje.
Que siendo el que es sugiere por
sí mismo airosos estandartes.
Que nuestro Espíritu se basta y
se sobra para responder por el cumplimiento
de los deberes argentinos que nos caben.
Que el Espíritu argentino condena todo desgano
del alma
Que lleva en su mirada los ojos llenos de razones de vida.
Y habrá que entender del Espíritu
argentino que embosca su por qué, colocando de un lado todas sus obligaciones y
del otro todos sus anhelos, sin lugar para nada más. Y desde esa sujeción se prorrumpe.
Porque el Espíritu argentino ha
hecho un jubileo del verbo castellano para cantar la saga de su Destino en
ocasiones propicias.
Porque se hace teoría allí donde
se afirma el hombre.
Porque habiendo sido el Espíritu
argentino el que debía ser, sólo le cabe ser el que debe. Y en eso se solaza.
Porque nuestro espíritu es
extranjero al rencor, al que no pisó nunca. Y será siempre forastero en la
tierra de la Envidia. El argentino no envidia, si envidia no es argentino.
Que sin pesarle la adversidad al
punto de rendirse, encabeza la caravana luminosa de lo nuevo.
Porque el Espíritu argentino
estará siempre a las puertas de las bendiciones a las que se ha hecho
merecedor.
Tal vez el mundo pueda entender
que el Espíritu argentino se hizo plegaria para Dios, águila para sus
propósitos y espada en defensa de su sino.
De esto nos arrogamos y
presumimos los argentinos.
Estas son las novedades de las
que hablábamos, nuestras primicias criollas, las definiciones inauditas hasta
hoy, (trece de ellas) de lo que el Espíritu argentino es y en lo que se
reconoce y puede ser reconocido.
Seguimos ahora con lo que hace al
origen de nuestro pueblo.
Decir que si algo ignoraban los
nobles conquistadores españoles de América
eso fue qué traían consigo, más allá de las armas, de las provisiones,
las herramientas de trabajo y de los animales que colmaban las bodegas de sus barcos, a saber: traían
consigo la materialización inicial de un pueblo.
Los españoles traían en la
potencialidad de su buena voluntad y coraje la materialización del pueblo argentino, que aparecería bajo la
luz del sol de las pampas llevando su
piel criolla, en el siglo XVI.
Hoy sabemos que,
biológicamente, todo comenzó cuando el
férvido miembro del conquistador se hundió consecutivo en las vaginas
anhelantes y agradecidas de las salvajes, para volverse más tarde fecundación
de carácter nacional.
A esa consumación entrañable e
impensada de dos pueblos que hasta allí se desconocían descendería el Espíritu
que determinaba ese encuentro, portadores del cual se multiplicarían en el
solar de nuestra Patria los primeros argentinos.
Por este camino acercamos ahora
una precisión más a la definición de
nuestro Espíritu, que simboliza:
El triunfo de la sabiduría sobre la ignorancia
La gloria del Bien sobre el Mal.
La victoria de la luz sobre la oscuridad.
Conste todo esto como integración
e integridad de nuestra propia índole.
Recordando que podrá haber un
pueblo siempre que a través de una sangre que lo anime haya un espíritu que lo
enaltezca, habiendo hecho pie en una tierra.
Al hombre la frase le ganó de
mano, en ese momento él estaba en otra cosa y el imprevisto lo cambió de lugar,
llegando a incomodarlo. ¿A quién se le ocurría, a esta altura le venían con
eso? Sin embargo, se sintió forzado a aceptar dentro de su conciencia la
instalación de esa molestia.
Le parecía que el dato llegaba
demasiado tarde, cuando la historia y el peso enorme de lo consuetudinario aplastaba cualquier
modificación imaginada sobre quién era quien en este mundo y entre nosotros.
El hombre vulgar, bronceada su
alma fofa por el sol de la indolencia parecía terminar de enredarse en el
alambre de púas conceptual de inseguridad y desconcierto que le amenazaba de lo
que acababa de leer.
Para su bien o su mal era testigo
del enérgico revoleo de esa definición que bien podía haber caído en el patio
interno de la curiosidad de alguno. Del suyo, acababa de recogerla.
Intérprete ocasional de lo
escrito, esa persona de oscuras intuiciones, él mismo parte del plexo que
habitualmente forma parte de las mayorías, se estremeció con la lectura de la
divisa.
Este hombre, que no era ni bueno
ni malo sino grosero en su zafiedad, terminó de repasar, curioso, el título de
este ensayo que proponía, sucinto y sin vuelta atrás al estilo Hernán Cortés
pegando fuego a su flota, lo que sigue:
“Ni San Martín ni
Bergoglio son argentinos.”
Ciudadano de lo chabacano, como
hombre vulgar se confíaba a sí mismo, a modo de cabo que él se termina tirando
para salir del desconcierto: ¿Quién podía pensar algo semejante? Y también: ¿Se
trataría de gente que no tiene otra cosa que hacer que buscar el escándalo?
Fuera lo que fuese, y decidido a
aliviarse de la incomodidad que experimentaba y a salvar a quienes pudiese que
estuvieran en situación semejante a la suya, vuelve a preguntarse: ¿No hay
temas más interesantes que estas pavadas?
Mientras busca zafar de su
atasco, de esa suerte de injurias que el viento parece haber reunido en ese
título, que ha tenido la virtud de hendir su conciencia, cruza veloz su
Entendimiento una duda: ¿Estaré quizás en
deuda con el tema?
¿Debió pensar él en algún momento en algo difuso, por no decir laberíntico,
como la Identidad argentina? Y tras esa duda, otra: ¿Se justificaría pensar en
términos aceptación o rechazo de una persona según fuese su Identidad? De
ninguna manera, ¿para qué?
El hombre vulgar ha entrevisto la
punta de un ovillo que no es otro que el de su mediocridad, que tantas veces ha
hilado como de memoria.
Ahora, un poco más dueño de sí
mismo, en razón de creer poder desacreditar
en principio semejantes averiguaciones,
quiere saber: ¿Acaso existe algo que sea propiamente argentino? Todas estas
preguntas reunidas buscando la luz, cuando la oscuridad lo envuelve.
¿En qué consiste ser argentino?,
nos preguntamos nosotros.
¿Qué elementos integran la
Identidad nacional de un hombre cualquiera, y cuáles la Identidad de un pueblo?
Se nos hace que si somos
incapaces de definir o de interpretar esta sencillez que proponemos, responder
a la pregunta qué cosa es eso con lo que nos enfrentamos, qué somos nosotros
mismos, mal podremos resolver asuntos más complejos. Determinar, por ejemplo,
para qué estamos en este mundo.
Si el ser es como enseñara
Parménides, y no puede no ser, una Identidad es lo que es y no puede revocarse
a sí misma asï sea por la ignorancia de todos. Por no poder dar nosotros las
explicaciones precisas de lo que es. Pero pareciera.
Menos aún tratándose de la
Identidad de un ser humano, dotada según creemos de Entendimiento, que es como
decir de una potencia para concebir, para juzgar y comparar a las ideas entre
sí.
Que un hombre no sepa dar
explicaciones de quién es ese que es, debiera terminar inhibiéndolo de querer
lo que quiere y de llegar a poder lo que tal vez pueda.
Hablemos de nosotros, los
argentinos. Llenémonos la boca entonces de respuestas.
Pensemos que si a lo largo de
nuestra historia hemos dado por sobreentendido, temerariamente, lo que creíamos
saber y no sabíamos de nosotros mismos, eso podría dejar cerca nuestro la idea
de por qué los argentinos teniendo tanto terminamos teniendo tan poco.
Nunca en su historia La Argentina
vivió el tiempo apátrida y bastardo que vive en un presente que se extiende a
lo largo de por lo menos treinta años, tiempo que dura el regreso de la
Democracia, tiempo de destrucción sistemática de sus costumbres, de sus
instituciones y de su Tradición, experiencia que rueda desde el año 1983 sobre
los rieles de esta ominosa democracia que padecemos.
Sistema político desgraciadamente
restaurado por todos los partidos, sucedáneos cada uno a su manera de la
Subversión derrotada legítima y afortunadamente por las Fuerzas Armadas
argentinas en los años setenta.
Volviendo a la cuestión que nos
toca creemos que sí tiene una importancia desgraciada ignorar con toda la
naturalidad que se ignora qué cosa es ser argentino. En qué se funda esa
condición, cuál es nuestra índole.
Sí, desgraciadamente, creemos que
esta ignorancia generalizada influye más de lo que imaginamos para que
terminemos hallándonos en el estado de postración que nos hallamos, debiendo
utilizar para ir de aquí para allá la silla de ruedas de la inmunda democracia
igualitaria, donde el Bien y el Mal valen un voto.
No olvidemos entonces cuando
debamos hacer las cuentas de orden espiritual, mucho antes que ideológico, que
todas las revoluciones judeo marxistas modernas han tenido cada una a su modo
el objetivo final de apoderarse de la Identidad de la nación que han
subvertido.
Toda revolución judeo marxista se
ha propuesto y se propone apoderarse de la Identidad de la nación en la que obra.
Y eso es lo que ignoramos.
Que sea una costumbre en nosotros
no explicar en momento alguno qué son las cosas sobre las que hablamos no
significa que éstas carezcan de una causa, de un argumento que las pruebe o de
una demostración posible, de un motivo que haya terminado cumpliéndolas desde un origen determinado.
Dicho todo esto vuelve a nosotros
en el momento que los oradores ofrecen sus discursos guardándose de hacer saber
qué quieren decir con lo que dicen, el recuerdo del Profesor George E. Moore
(1873 – 1958) que supo ponerle el cascabel al gato de lo que se da por sentado,
de lo que se da por supuesto sin estarlo.
Ese es el humo mnemónico hacia el
que vamos, la señal suya que sube al cielo y nos convoca, la referencia que
ofrece y que ha quedado en el recuerdo del concepto del Bien.
Este advertido inglés nos decía
que desde Aristóteles hasta nuestros días, cruzando inmutable el tiempo, ese
noble término ha sido usado hasta el cansancio por agentes de una locuacidad
fácil, filósofos en algunos casos, sin tomarse ninguno de ellos en los arrestos
de espontaneísmo que les ha cabido el trabajo de definirlo.
¿Qué significa Bien?
Vale la pena detenernos en esto,
antes de continuar con el tema que nos trae, suponiendo que el que nos lee
adivina lo que queremos decir. Seamos capaces de definir ese concepto.
¿Acaso son unívocos en sus
respuestas los interrogantes acerca del
Bien?
¿Cuál es el qué del Bien, el para
qué del Bien y, por último, cuál es el
por qué del Bien?
Despedimos al Profesor Moore
agradeciéndole la orientación que nos prestara en la concurrida ciudad de las
etimologías señalándonos el camino más corto para llegar al barrio de los
significados y aprovechamos al mismo tiempo para preguntar, en serio, por la
Identidad.
¿Qué significa Identidad?
¿Qué queremos decir cuando
decimos Identidad?
Diremos, desde lo estrictamente
filosófico, que Identidad es el rostro del ser. Rostro que podemos ver y
presentir con los ojos del Espíritu.
Ese rostro que es aprehendido en
un solo golpe de intuición y al mismo tiempo en todas sus perspectivas, en
todos sus aspectos.
La Identidad es la
correspondencia absoluta del ente consigo mismo.
Pero la Identidad nacional de un
hombre es eso y más que eso.
Entonces preguntamos, ¿qué es lo
que integra la Identidad nacional de un hombre, la Identidad nacional de un
pueblo?
Esto es lo que integra la
Identidad de cualquier hombre:
Uno: El Suelo, que es la
tierra en la que el hombre nació.
Dos: La Sangre, que ha
traído ese hombre a este mundo.
Y tres: El Espíritu de su
pueblo , que comparte desde su familia con los naturales de la tierra en que naciera.
Conviene puntualizar que el solo
hecho de haber nacido en un lugar del mundo determinado no le otorga a nadie
pertenencia al pueblo de ese lugar, ni le da derecho alguno a llamarse ni
remotamente miembro del mismo.
El caso paradigmático de lo que
decimos es el judío.
El judío nunca llega a ser
natural del pueblo al que llega o en el que nace en ningún lugar del mundo. El
judío nunca pertenece al pueblo en que reside aunque lleve generaciones en el
mismo. El judío pertenece al pueblo de Israel. Eso lo ha excluido y lo excluye de todos los pueblos.
Pensemos también en esto: que
llega a un lugar determinado una pareja. Tienen allí un hijo, permanece allí
una semana o unos años. Y esa permanencia no vuelve al nacido allí miembro del
pueblo de ese lugar.
A nadie se le ha ocurrido llamar brasilero
a Alfredo Le Pera (1900 – 1935) por haber nacido en San Pablo, Brasil.
Así, la primera generación de
hijos de inmigrantes en cualquier lugar del mundo no es parte de ese pueblo.
¿Por qué? Porque quien naciera en esas condiciones y con esos antecedentes
carece, en primer lugar, de la sangre y luego del espíritu del pueblo al que
llegara.
Llevar la sangre de una estirpe,
de una raza, le impide al más pintado ser uno de una comunidad que no es la
suya, de un pueblo que no es el propio.
Lo que ha cohesionado a lo largo
de generaciones las identidades nacionales ha sido la trama indisoluble de la
sangre con el espíritu de la tierra y el suelo mismo.
El que llegue como inmigrante a
un lugar determinado está frito.
No tiene posibilidad alguna de
llegar a ser un miembro del pueblo que alcanza. Lo que tal vez pueda lograr es
que su bisnieto nacido en ese lugar, tercera generación consecutiva allí sí
pueda comenzar a ser considerada parte de ese pueblo. O sea el hijo del hijo
del hijo del inmigrante.
Pondremos dos casos tomados de la
cantidad inmisericorde de inmigrantes que han llegado a nuestra tierra. No por
cierto los mejores, al fin y al cabo no hacen nunca a la inmigración los
elementos de más valor de un pueblo.
Por allá tenemos al judío Alberto
Gerchunoff (1883 – 1949) que acuñara el intencionado desliz, por si pasaba, de los
gauchos judíos. Que residió entre nosotros largos años.
Y por acá, a Giuseppe Ingenieri (
1877 . 1925), nombre artístico de José Ingenieros, patético cuando no
tilingo izquierdista, creyente de misa diaria de Carlos Marx y otros
zaparrastrosos del espíritu, que después de envenenar de mil formas a través de
la prensa y la literatura el alma argentina con sus diletancias ocicó mal,
decididamente, sin poder entrar en el Jockey Club de Buenos Aires.
Que fue lo que más quiso poder en
la vida.
Tanto Alberto como José han sido
y son nombrados como “argentinos”, sin serlo.
Ahondar en las manifestaciones
escritas de ambos pudieran darnos una guía de lo que hacen, de lo que desean
hacer, y de lo que terminan haciendo los inmigrantes en el país al que llegan.
Y decimos que el bisnieto, recién
el bisnieto de un inmigrante, formaría en puridad parte del pueblo inmigrado siempre y cuando
el espíritu de esa nación lo haya alimentado y condicionado a través de la
familia de origen en las costumbres de ese colectivo al que se asomara, en la
historia del mismo y fundamentalmente en su Tradición.
Siempre en las aguas abiertas del
Mar de la Inmigración en nuestras tierras, en este caso primera
generación de ellos, podemos dar sólo por método dos nombres: Ezequiel Martínez
Estrada (1895 – 1964) y Guillermo E. Hudson (1841 – 1922), el primero hijo de
españoles, y el segundo hijo de norteamericanos.
Ponemos este ejemplo por ser
nombres conocidos por todos, que pasan por si pasan por escritores “argentinos”.
Martínez Estrada integrante de la
élite de oro del Resentimiento que haya pisado nuestro país. Quizás nadie como él
vomitó más inmundicias respecto de España y de Argentina, países que le
valieran para llegar hasta aquí, y después de arribar, para hacer pie.
El otro, Hudson, una suerte de
monje blanco de los pájaros que terminó levantando vuelo hacia Europa encontrando
nido allá.
Ni uno uno ni otro con sus
miserias ni sus méritos es uno de los nuestros.
Y visto el papel que cumple en el
Orden natural el Espíritu de un pueblo no debe olvidarse que es por él, por el
Espíritu, que el lugar donde hace pie un pueblo y queda para siempre se
convierta en Patria.
La Identidad nacional de un
hombre, como hemos dicho, no aparece de un día para el otro. Tampoco la otorga
el papel o documento extendido por la autoridad política de país alguno.
Que distintos gobiernos declaren
que un señor posee una Identidad determinada no significa que ésta sea la
mencionada en el escrito.
Hablando de Identidad y mostrando
que no la creemos a esta como sinónimo de DNI, y mostrando qué lejos se puede
ir mancillándola, pensemos por caso en una monstruosidad que ha comenzado a
darse en Occidente.
Detengámonos un instante en esa
repugnancia aleve de las democracias modernas, que le permiten a un degenerado
que nació varón marchar un día al Registro Civil y anotarse como mujer.
La Naturaleza, que por buena
educación no escupe en ese caso, se ríe ante el ridículo aberrante.
Cuando a comienzos de 1600 Martín
del Barco Centenera escribió el Poema “La Argentina o la Conquista del Río
de la Plata” entregándonos, sin llegar a saberlo nunca, el gentilicio a los
argentinos, fue en el momento exacto en el que nuestro Espíritu se posaba
inaugural en esta tierras del sur de América, que había sobrevolado
suficientemente, sugiriéndonos el solar nacional.
Por entonces el Espíritu
argentino ya había sido gestado por el Destino, por la Providencia si se
quiere, por Dios o como se guste llamar al Creador, y comenzaba a llegar su
influencia hasta los primeros criollos, hsta los primeros argentinos.
La Identidad, sea ésta de un
hombre o de un pueblo no es el antojo de nadie.
La Identidad de un hombre o de un
pueblo no es un capricho, aunque algunos se empeñen en que lo sea, aunque
algunos trasnochados busquen hacerlo pasar por tal.
La Identidad no será nunca el
deseo deseado por nadie.
La Identidad no es Voluntad, es
imposición.
La Identidad es como el amanecer,
el hombre amanece plenamente en el que es, completo y sin posibilidad alguna de
retoque de sí.
La Identidad llega en el ser, en
el ente, en el hombre, y llega toda de una vez, y para siempre.
La Identidad de algo es inmutable, no cambia jamás en nada. Y
puede hablarse de ella como de la existencia. Que puede vivirse de infinidad de
maneras distintas, pero es siempre la misma. Él vivió así su vida, se
dirá de alguien dando a entender que se trataba de una historia que era sólo la
suya.
La Identidad no es susceptible de
ser construida.
Construir la Identidad es
un disparate cuyos derechos de autor corresponden a la Izquierda política.
Esa idea es una de las metástasis
que ha producido en el cuerpo de Occidente la peste del alma desatada el 4 de
Julio de 1789 en Francia, con desarrollo posterior en el año 1848 cuando la
calamidad del Manifiesto Comunista dejara su tendal de bajas.
La Identidad no sólo tiene que
ver con lo Absoluto sino que depende de Él.
Depende del orden universal
dentro del cual ha nacido la especie humana, y le ha sido impuesta.
Pudiera sostenerse con toda
licitud que aquellos que pasan por ciudadanos o integrantes de los pueblos a
los que llegan, tratando de pasar por éstos, pueden ser tomados por comedidos
de Identidad. Artistas que se han caracterizado con las ropas y arreglos
propios de la tradición del pueblo al
que llegaron.
Desde esta perspectiva vamos a
analizar algo de la vida y la obra, si es que la hay en ambos, tanto de José
Francisco de San Martín y Matorras como Jorge Mario Bergoglio.
Ellos son, propiamente, comedidos
de la Identidad argentina. Usufructuarios de la misma sin derecho que les
quepa a ellos. Recordando que no hay comedido que salga bien.
Ni uno ni otro, por razones que
cruzando el umbral de sus historias resultan obvias, jamás dijeron de ellos
mismos que no eran argentinos. Se guardaron de semejante honradez.
¿Por qué detenernos, por qué
señalar a quienes se dicen o de quienes se dice que son argentinos sin serlo?
¿Acaso para alguien es lo mismo
ser amigo que familiar que hijo que conocido que padre o nieto de alguien?
¿Es lo mismo tratar los asuntos
del país, del interés familiar, o de los negocios municipales con un
compatriota que con un extranjero?
¿Le abre uno la puerta de su casa
a un desconocido invitándolo a pasar? ¿Sienta uno a su mesa a un extraño al que ve por primera vez? ¿Le confía
alguien de buenas a primeras sus secretos, su propósitos, sus objetivos de
vida, sus confidencias a quien desconoce?
También sería interesante saber
por qué razón será que alguien decide olvidar compulsivamente, negar o mentir
sobre su propio origen.
Y sería también instrumentalmente
bueno llegar a saber por qué motivo algunas personas andan por la vida borrando
sus huellas personales, quitando sus datos particulares, y hasta trucando su
nombre propio. A este respecto decía José Hernández:
“Sin ninguna intención mala /
lo hicieron, no tengo duda / pero es la verdad desnuda /siempre suele suceder /
que aquel que su nombre muda / tiene culpas que esconder.”
¿Qué razón podría llevarnos a
reconocerle a un forastero, a un desconocido, a un extranjero los mismos
derechos que a un argentino?
¿Es lícito que un elemento
foráneo a nuestra nacionalidad utilice en beneficio propio el título y el honor
de ser argentino?
Seguramente que la exposición que
llega hasta aquí se volverá más nítida en sus contornos, más tangible, más
fácil de reconocer si la atamos a los hechos cotidianos.
Hablar del clásico tránsfuga de
Identidad, del usufructuario ocasional y graciable, que las más de las veces
busca con las fuerzas de las que es capaz aquerenciarse en el lugar al que
llegar es hablar del inmigrante.
Si la Identidad fuese algo
accesorio en las personas no existiría desde que el mundo es mundo esa bolsa de
problemas, muchos de ellos dramáticamente serios, de los sin papeles.
El inmigrante decidió darle un
día la espalda a sus cosas, a su cielo, a su Patria, y viaja, se fuerza a
viajar, hasta llegar a asomarse y pisar otra nación que la suya,
características estas de la Identidad de otro pueblo, que no se hallarán
exhibidas en carteles de ningún tipo en caminos o rutas del país al que se
llega, características que son más ostensibles que cualquier otro mandato dicho
o escrito, que pesan sobre los que pisan esa tierra desde el momento que lo hacen
Historia conocida, el inmigrante
ha llegado a ese país para matarse el hambre, y si fuese posible cada una de
las necesidades que hasta ese día se le han envalentonado haciéndole la vida
imposible en su propia patria. Que lo obligaran a emigrar.
Entonces llega a La Argentina.
¿Cómo podría tener ese mortal
subrepticio, lejano y desconocido, ese aparecido en blanco de la nacionalidad
iguales derechos a nosotros, a los criollos, los argentinos, a los que con
mucha honra nos cabe el gentilicio de Centenera?
¿Cómo no recelar de ellos?
Así se sospechó de San Martín
recién llegado al Río de la Plata desde el 9 de Marzo de 1812, como debió
sospecharse de Bergoglio cuando fue ungido Papa el 13 de Marzo de 2013 cuando
le dio la espalda a sus amigos y compañeros de ruta hasta entonces, los
militares argentinos.
Porque muchos hacen hoy
referencia a la actitud despectiva, oportunismo político, del cáncer del gobierno
judío de los Kirchner al saber que el ítalo Bergoglio había sido elegido Papa.
Se recuerda que la canalla CFK a
poco de conocida la noticia dio a la prensa un comunicado oficial frío y
distante, en sintonía con la reacción de la Izquierda que mucho más honesta que
la Fernández reconoció súbita el pasado
filo militar de Jorge Mario.
Pero lo que no se tiene presente
en paralelo con aquella desgracia es que éste clérigo, ese hombre que ama a los
hombres, que durante la justificada Dictadura instaurada el 24 de Marzo de 1976
estuvo codo a codo con los que defendieron la Patria de los crímenes de la
guerrilla, sin quedarse nunca corto en bendecir tropas, armas, uniformes,
secuestros, formaciones, desapariciones de guerrilleros, días patrios, aunque
de pronto el papado parece haberlo trastornado y: Si te he visto no me acuerdo.
Dice el tango de Adamini,
Giampetrucci y Balioto, “Ahora no me conocés”:
“Ahora no me conocés / me
borró tu ingratitud / y aunque dejes mi alma trunca / no podrás olvidar nunca /
lo de nuestra juventud.
Algún día llorarás / todo el
daño que me hacés / te busqué sin darme paz / por cariño nada más / y ahora no
me conocés.”
Y estos versos bien pudieron
gritárselos al vecino del barrio de Flores en Buenos Aires, los militares
argentinos. Con la fidelidad que hasta entonces los ligaba a él, ahora hecha
pedazos, hecha trizas por Jorge Mario a propósito de su acceso a la Silla de
Pedro, fidelidad del estrecho vínculo
que mantuviese por largos años con las
Fuerzas Armadas argentinas, a quienes comenzó a desconocer de un momento a
otro.
No más pisando con su cuerpo los
dominios vaticanos, el regordete Bergoglio
ya entronizado Francisco giró 180 grados.
Comenzó a no hacer más que recibir a los amigos, favorecedores y familiares
directos de los traidores a la Patria de los 70.
Bergoglio se mostró al mundo,
bueno como es, a los besos y los abrazos y las estampitas con los cómplices de
los traidores a la Patria desaparecidos en la Guerra contra la Subversión. Justamente
desaparecidos.
Es el día de hoy que Francisco no cesa de recibir a los
hijos, a las madres, las abuelas y toda la cría infame de los traidores a la
Patria, a los que combatieron contra ella, contra su Bandera y mataron a sus
soldados.
El amoroso vecino del Barrio de
Flores se cansó de recibir a esa canalla, CFK, privilegiándola a todo el mundo
político y diplomático.
Así no obra un argentino de ley.
Pasando al otro protagonista de las reflexiones que nos
ocupan nos detenemos en José Francisco.
No dejará nunca de llamar la atención
en el “caso San Martín”, a poco que se le preste la debida atención, la
aceptación unánime de todo el mundo teniéndolo por argentino.
Se lo toma a San Martín por
argentino o por criollo porque sí, sin
que exista justificación alguna para hacerlo. La veneración /
encubrimiento arranca en el Combate de
San Lorenzo y concluye con los triunfos que obtuviera en las batallas que
decidieran nuestra Independencia.
Sostener que San Martín es
argentino porque nació en Yapeyú es una puerilidad.
Una grosera puerilidad que alela.
Con ese criterio cualquier hijo de extranjero en tránsito, con un hijo nacido
acá que después se vaya con su familia a la tierra de origen de esta, queda
pegado a nosotros.
¿A qué familia perteneció San
Martín? ¿Quién fue? ¿Qué hizo de su vida y de sus lealtades San Martín?
Siendo estas pocas preguntas imperiosas a responder, no parecen importarle
a nadie.
La sensatez de cualquiera parece
ser arrastrada por el curso impetuoso de las aguas del Héroe.
El peso del bronce de su carrera
militar en América cae y aplasta todo análisis honrado posible. Él luchó por
nosotros, parece ser el pensamiento que sostiene su espontánea Identidad,
luchemos ahora nosotros por él.
Ayudémosle a desplazarse por la Historia con su protésica Identidad.
Se dijera que se necesitaba in
símbolo, intangible a todo cuestionamiento.
Y ahí está.
Si procedió bien o mal, si el
haber visto la luz de chiripa, como miembro de una familia española que termina
yéndose cuando él es niño no debiera importar. Hay que ser agradecido.
Decíamos en “Serás lo que
debas ser” (G. Ruiz de los Llanos, Editorial del Nuevo Amanecer, Buenos
Aires, Mayo de 2012), en su presentación:
Varón de los ejércitos, vívido
Averroes de su propia Identidad, buscó el amparo de la teoría de la “doble
verdad” para justificarse por un lado español por la razón, al tiempo que por
otro argentino por la fe. No pudiendo ser otra cosa que español ya que sus padres y su árbol genealógico lo eran, ¿podía ser argentino
sólo porque el viaje de su familia se detuviese para que viese la luz en
Yapeyú?
José Francisco de San Martín
y Matorras, que de él hablamos, enganchó en algún momento la teoría de las dos
verdades a la idea de reimpulsar su carrera militar. ¿Podría zafar de un
destino de soldado del montón del Rey que veía venírsele
encima, a pesar de sus distincione en los combates de Arjonilla y de Bailén? Lo intentaría.
¿Podía ser un hombre el
hijo de dos madres, servir a dos banderas, y honrar a dos lealtades
contrapuestas? San Martín quiso creer
que eso era posible.
Accedido a Coronel, José Francisco de San Martín, soldado
español, viajó a América para darle vida al personaje imaginado. Y aquí fue más
allá de lo pensado, llegando a héroe de los argentinos.
Al momento de pegar la vuelta de estos pagos hacia Europa, y arropando el relumbrón de una
destacada actuación militar como redentor sudamericano e impedido de pisar España a causa de su
deslealtad, se radica en Bélgica donde escribe su máxima “Serás lo que debas
ser o no serás nada.”, en 1825
En la ocasión aprende,
súbito, lo que él mismo se va enseñando. Entre otras cosas, que en cuestiones
de orden moral y a pesar de las buenas intenciones que nos quepan, no hay
Averroes que valga. Que allí dos más dos,
son cuatro.
San Martín fue uno de los tantos
extranjeros que hizo suya la causa argentina de la Independencia, y por ahí
parece que se filtró la idea que hiciese, suya también, la Identidad argentina.
Si lo dejaban. Y lo dejaron. Al menos así parece.
¿Habrán caducado de pronto los
principios naturales, esos que permiten saber debido a qué un hombre pertenece
a un pueblo y no a otro, junto al sentido común?
¿Será que la ignorancia y la
sabiduría, el Bien y el Mal, la oscuridad y la luz deben equivalerse en
determinados momentos, si nos conviene obrar de esa manera? ¿O tal traiciones
sean aquellas que no nos favorecen'
No hace falta demasiada audacia
de Entendimiento para comprender que ni San Martín ni Bergoglio son argentinos.
Nunca lo fueron, aunque hasta hoy los hacemos pasar por tales.
Las razones de esto son
evidentes, sin lugar a presunciones.
El soldado del Rey, quien
defendiera a lo largo de veintiún años, yendo de enganchado al Regimiento “El
Leal” de Murcia a los doce años, llegara en su carrera militar al grado de
Coronel de la Hispanidad a los treinta y
tres años, pasó de la noche a la mañana a convertirse en su enemigo. Una
vergüenza. .
San Martín tenía sangre española,
por sus padres, sus abuelos y por toda su familia.
Cómo podía ser argentino San
Martín, qué mamarracho es ese?
¿O quizás se trató de una versión
americana del prodigio de San Genaro que, licuándosele la sangre a su pedido
pasaba de la que tenía, la española, a la que deseaba con oportunismo tener, la
sangre criolla?
Con esta reflexión vamos cerrando
el asunto que hace a la nacionalidad, a
la Identidad, del Santo de la Espada.
Hagamos un poco de memoria, no
demasiado.
El 1 de Abril de 1769 el
Gobernador Francisco de Paula Bucarelli y Ursua (1717 – 1779), natural de
Sevilla, Teniente General de los
ejércitos reales, virrey de Mallorca, es designado Gobernador de las Provincias del Río de la
Plata por real Cédula del 19 de Diciembre de 1765 y sustituye en Buenos Aires a
Pedro de Cevallos.
Es él quien nombra a Juan de San
Martín y Gómez (padre de José Francisco) que llegara a Buenos Aires en 1764,
Ayudante Mayor del Batallón de Voluntarios de Buenos Aires.
Años más tarde, el 13 de
Diciembre de 1774 el gobernador Vértiz y Salcedo nombra a Juan de San Martïn
Teniente Gobernador de Yapeyú, Corrientes. Allï nacería el José Francisco,
devoto de Averroes.
En 1784 la familia San Martín,
concluida la misión real de Juan en América,
regresa a España. Este funcionario del Rey había permanecido un total de
veinte años en Argentina. Que sepamos, no dejó de ser español por eso.
En cambio, José Francisco cinco,
pasó sólo cinco, lavándose de toda nacionalidad española.
.
El 21 de Julio de 1789 José F. de
San Martín es incorporado , en España, por su padre al Regimiento de Infantería
de Línea Nro. 20 de Murcia “El Leal”. Para prestar a partir de ese momento
veintitrés años seguidos de servicios al Rey.
San Martín viaja a Buenos Aires
con el grado de Coronel y el uniforme del Rey de España, llegando a esta el 9
de Marzo de 1812.
Sin embargo, en un proceso
relámpago de aclimatación y conversión de su nacionalidad española a la
seductora por oportunista e imaginaria nacionalidad argentina, el 3 de Febrero de 1813 mata a 42 españoles
en el Combate de San Lorenzo. Comandando el Regimiento de Granaderos a Caballo
que se le encomendara, después que la autoridades argentinas obtuvieran de San
Martín garantías de volver sus armas contra sus camaradas de siempre, ya que
era más que sospechoso que un hombre del Rey luchase de buenas a primeras
contra el monarca.
Cuando San Martín solicita
permiso al Rey para viajar de España a Sud América con su grado y su uniforme como soldado suyo,
nada dice que viaja para traicionar.
¿Qué es la Lealtad?
Desearíamos escuchar en este
punto qué es la Lealtad.
Que alguien tuviese el coraje de
hacerlo. Y en primer lugar y por razones obvias, los argentinos.
Que por un momento dejen de usar
y quiten por fin de sí la prótesis de la Mentira, que han encajado a presión
sobre el muñón de la Verdad seccionada. Que tengan a bien responder.
Que responda alguno de los tantos
que en su momento tomaron las armas para tomar el poder en Argentina en
nuestros benditos golpes de Estado, no que estamos cuestionando en absoluto,
golpes que se dieran en el siglo XX.
¿Es acaso la Lealtad un ejercicio
espontáneo y rastrero, un ejercicio inmoral de la Libertad?
¿Será que la mala fe pretende
limpiar la traición del Judas Iscariote San Martín a su España con el jabón de
sus servicios prestados a la causa de la Independencia argenrtina?
Lavar y borrar los rasgos de la
Identidad española en un pase de manos que justificará la Mentira,de una
imposible nacionalidad argentina. Eso será siempre un chanchullo que nada ni nadie podrá justificar.
Cuando el vencedor de Chacabuco y
de Maipú regresa a Europa en los años 20 del siglo XIX se cuida como de hacerse
pis en la cama de poner sus pies en su
España.
No fuera cosa que le pasase lo
que al bueno, Héroe de la Independecia para los argentinos, de Juan José
Fernández Campero, Marqués de Yaví que aguardó al 20 de Febrero de 1813, cuando
comandaba el ala izquierda del ejército de Pío Tristán para traicionar también
a España, y dar media vuelta con su caballo y emprender la huida pasándose a
los argentinos.
Que la conducta de Fernández
Campero haya beneficiado nuestra causa no llega a mover la aguja moral que se
clava en el punto de registro de Traición.
Enterado de su traición el mando
español le forma de inmediato un Consejo de Guerra a Juan José Fernández
Campero.
Los españoles supieron esperar
tres años y nueve meses para ponerle por fin la mano encima al traidor.
Eso ocurrió en dïa 15 de
Noviembre de 1816 en lo que se conoce como “La sorpresa de Yavï”, cuando
fuerzas españolas al mando del Coronel Guillermo Marquiegui lo capturan.
Eso lo cuenta en su Historia
de Belgrano, Bartolomé Mitre.
Allí comienza el vía crucis de
un traidor. Lo llevan a Lima. Y en esos pagos lo pasa mal. Además de ser
atormentado, enferma. Ya no se recuperará. En ese estado, siendo remitido a
España, muere en camino a ella, en
Jamaica en 1820.
Un siglo más tarde, desde Perú se
solicita a España el envío de los restos
del marqués, para honrarlo como patriota sudamericano.
Ya en el siglo XXI autoridades de
la Provincia de Salta, Argentina, lo nombran prócer de Nuestra Independencia.
¿Qué habrían de enseñar a partir
de ese momento los maestros salteños a los niños?
¿Que a un soldado le es permitido
traicionar?
¿Que la traición es mala, pero
buena si nos beneficia?
¿Que también nuestros soldados
pueden pasarse al enemigo?
Y en este vuelo rasante sobre las
aguas de la Identidad, como sobrevolaran casi tocando las aguas del Atlántico
Sur para atacar a las fuerzas inglesas
los gloriosos hombres de la Fuerza Aérea Argentina en la Guerra de
Malvinas, cambiamos ahora la filosa
espada por el aromático incienso.
Es hora de tratar el caso del
Papa Francisco, que ama a los hombres, y cuya Identidad gringa, vaya a saber
uno por qué, se soslaya.
Los Bergoglio llegaron a
Argentina en los años 30 del siglo pasado. Poco después vio la luz Jorge Mario,
hijo, nieto y descendiente absoluto de italianos.
Su sangre es italiana.
Por lo tanto Jorge Mario lo es.
El espíritu de Bergoglio que le
llega por la historia de su familia que le llega por las venas es italiano. Por
lo tanto mal puede ser argentino.
No deja de ser llamativo que la
prensa, conocida su elección como Papa lo llamó de “origen italiano”.
Que si su origen es italiano,
también lo es su destino.
Lo que está en el principio
estará en el fin.
Creo que ya hubimos consignado
que el Papa del barrio de Flores es un hombre vulgar, cuando no ordinario.
Puede decirse que poco ha hecho
más allá de preocuparse por los pobres. Si nos detuviésemos en su aporte
teológico , por llamarlo de algún modo, dado que Jorge Mario es un Oficial
superior con mando de tropa dentro de la Iglesia, veremos que el mismo es
insignificante.
Si a los jesuitas se les atribuye
una formación intelectual cuidada esta no puede reconocerse en los escritos que
saliesen de la mano que saliesen de la mente de Bergoglio.
¿Qué pudiéramos considerar de él
a este respecto? Poco, tirando a nada.
Allí están como reflexiones escritas lo único
a considerar, sus homilías. Y ya, en su pasado inmediato una enclíclica que
firmara no más accedido a Pontífice, la “Lumen fidei” “Luz de la fe”,
sobre la que nos pronunciáramos en Septiembre del año 2013
Para quien se interese en la
mencionada encíclica y su comentario puede verse “Carta al Papa, comentario a
la Encíclica Lumen Fidei , Luz de la Fe, de G. Ruiz de los Llanos, Editorial
del Nuevo Amanecer, Buenos Aires, 2013.
Sin el ánimo de distraer la
atención puesta en este interrogatorio al que venimos sometiendo a las figuras
de José Francisco y a Jorge Mario, sobre cuestiones de Identidad, junto al
análisis de las posibles huella espirituales que pudieron dejar ambos en sus
obras y sus pompas es que sumamos el vistazo que echamos a un escrito del jesuita bueno Bergoglio.
Se trata de un ensayo del por
entonces Cardenal, que hiciera llegar en el año 2002 a educadores de escuelas
de la ciudad de Buenos Aires.
El texto perpetrado por el italo
jesuita lleva por título “Una reflexión a partir de Martín Fierro.”
Con la mano en el corazón,
pareciera ser un tema bien elegido. Mejor, veamos.
Para inaugurar dicho tratamiento
Francisco lanza una pregunta egregia. ¿Qué tiene que ver el Gaucho con
nosotros? (la mayúscula en Gaucho es nuestra).
Y enseguida nos preguntamos
nosotros, ¿con quiénes tiene que ver? Porque él no es nosotros. Y respondemos.
Con nosotros el Gaucho tiene mucho que ver. Con él, lo ignoramos. Creemos que
nada.
Y ya en la carrera de su discurso
se le ocurre decir que nos resultaría difícil hacernos a una idea del Gaucho.
¿Por qué, don Jorge Mario? Y él, agudo, contesta que porque no somos gente de
campo, porque no vemos caballos habitualmente, salvo...¡caballos de madera en
la calesita!
Original si los hay el jesuita
este.
Pensamos que de los
Conquistadores menos podríamos hacernos una idea, porque casi ni se los ve por
la calle.
De la Torre de Pisa tampoco tenemos posibilidades ciertas de
imaginárnosla, porque no hemos viajado
a Italia.
Y ni qué decir de los filósofos
griegos, que hace un tiempo que no pisan el Centro de Buenos Aires.
Pero en su profilaxis didáctica
en el reconocimiento histórico Jorge Mario suma a esa primera dificultad
referida al Gaucho la prevención de advertirnos que Martín Fierro no es (no fue
lo que fue, diríamos) ni por la payada ni por la guitarra ni por el malón.
Es decir que según Bergoglio, se
vuelve problemática la idea de reconocer al Gaucho, por que a la dificultad
inicial de encontrar un Gaucho debemos sumarle aquello que haciendo a su tiempo
y a sus costumbres y condiciones de vida tenemos que aceptar que no hacen a las
mismas. Sabrá Dios por qué no.
Pero estemos atentos, porque el
Pensamiento de Occidente ha contenido la respiración, Bergoglio ha dicho “Somos
personas históricas”.
Un aforismo conmovedor.
Como se ve, todo este breve
ensayo es de una insignificancia conmovedora, asotanada.
Pero en ese tedio insustancial
aparece entonces el clavel reventón de su imaginación. Es cuando Bergoglio
dice: “El Martín Fierro no es La Biblia, por supuesto.”
Justo será decir que todos los
días no se escuchan afirmaciones como esta.
Esto lo dice como volviéndonos a
la realidad de golpe. ¿Qué nos habíamos creído los argentinos?
El cura pareciera querer darnos a
entender que en ese libro judío (La Biblia), del que tomara su Identidad
teológica prestada el Cristianismo, está todo.
En tanto que en el lib ro de los argentinos (El Martín Fierro), no hay casi nada.
Pasa que Francisco se ha
ensartado solo.
Ha cedido a la tentación de
comentar libros que lo exceden, tanto La Biblia como Martín Fierro. De la
primera obra sabe, como los evangelistas, algunos pasajes de memoria, pero nada
más. Ignorando, en el fondo, qué es ese libro que hoy lleva el nombre de La
Biblia.
Del segundo, mejor no ponerlo en
evidencia de su precariedad hermenéutica. No fuerea a ser cosa que un
comentario descomedido nuestro llegase a entorpecer nuestras relaciones
diplomáticas con Italia.
Martín Fierro no La Biblia, y
gracias a Dios no lo será nunca.
Pero ¡si él supiese que tampoco La Biblia es La Biblia!
Aunque el Martín Fierro sí ha
sido siempre el que es.
Aunque concede en su fofa
generosidad que
“...es un texto en el cual por
diversos motivos los argentinos (no él) hemos podido reconocernos, un
soporte para contarnos algo de nuestra historia y soñar con nuestro futuro.”
Bueno, algo es algo, Francisco.
En el Martín Fierro podemos
reconocernos. En La Biblia, no.
En el Martín Fierro podemos
contarnos cosas de nuestra historia. En La Biblia, no.
En el Martín Fierro podemos soñar
con nuestra Patria. En La Biblia, no.
Evidentemente el gringo quiso
sobrarnos, y terminó sobrado.
El libro que comienza diciendo
“Aquí me pongo a cantar / al
compás de la vigüela / Que el hombre que lo desvela / Una pena extraordinaria
/ Como la ave solitaria/ Con el cantar
se consuela”
Es un libro de nuestra Identidad y de nuestra
Tradición.
El libro que comienza diciendo
“En el principio creó Dios los
cielos y la tierra. / Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas
estaban sobre la faz del abismo, / y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz
de las aguas”
es un libro de la Identidad y
Tradición judía.
El Martín Fierro es un libro
real. La Biblia es una apariencia.
En resumidas cuentas que, José
Francisco y Jorge Mario : son dos Judas.dos extranjeros.
Que ellos no son nosotros.
Ambos traicionaron oportunamente
a sus camaradas de ayer, a sus compañeros de anoche.
Ambos carecen de la Sangre y del
Espíritu criollo.
Ellos no son nosotros.
Final.
Venimos del Espíritu, con él
comenzamos este trabajo.
¿Qué nos mueve a poner en
evidencia ante los demás y ante nosotros mismos, qué nos lleva a señalar de una
manera concluyente, como comisarios del alma que somos si se quiere, que este
prócer de los argentinos o aquel cura vulgar y ordinario devenido Papa no son
argentinos, que no participan de su Espíritu, que no son nosotros?
Posiblemente la respuesta deba
consistir en algo que tenga que ver con algo estrictamente humano, con eso que
en todos los mortales los termina haciendo hombres y que es lo espiritual.
Más allá del trato descomedido
que haya tenido alguien con su espíritu, elemento que por lo general se lo
relaciona y vincula con las religiones, como una suerte de flor unívoca de las
mismas, éste es lo único con que
contará el hombre para presentarse en el
mundo como humano.
Por otra parte es el Espíritu el
precedente necesario y excluyente de toda religión y de toda religiosidad,
dándoles a ellas todo soporte. Y no estas a aquel, claro.
Porque el Espíritu hace al
hombre.
No se trata que el hombre tenga vida
espiritual, si por ello se entiende que su evolución personal terminó
emparentándolo con la mística, accediéndolo a ella.
No es que el hombre al crecer
pisa umbrales espirituales.
El hombre por haber pisado
ámbitos espirituales, ha podido crecer.
Estas líneas sobre la Identidad
de Pedro o de Juan, como decía Rafael Obligado en su Santos Vega, las
escribimos por respeto al Espíritu en general, y por respeto al Espíritu
argentino en particular.
Por respeto de la ley no escrita
que dice que de aquello que se habla debe darse suficiente noticia, haciendo
saber lo necesario para diferenciar eso de todo lo demás. Primero definir el
tema, luego avanzar en el mismo.
Todo no es lo mismo, ni todo es
para todos.
Cualquier individuo no pertenece
al espíritu de un pueblo, como que el primero que pasa por la puerta de calle
de nuestra casa no es miembro de nuestra familia.
Todo Espíritu es el que es en
razón de una Identidad que le va, de una esencia que se presiente, y de una
índole que lo expresa Y del Espíritu argentino nos detuvimos para enunciar en
qué cosas se podía reconocer que él era.
En cuanto a la relación de un
espíritu determinado con aquel hombre
que lo expresa, debe prestarse una cuidada atención.
Afirmamos rotundamente que el
hombre de mérito o éxito, que las personalidades destacadas de una nación no le
suman brillo alguno al Espíritu de su pueblo en el que se expresan. Por el
contrario es el Espíritu respectivo el que les ha permitido terminar
descollando.
El brillo de un hombre comparado
con la luminosidad que emana del espíritu de un pueblo está en términos semejantes al de la luz que
puede generar una vela encendida en la
noche cerrada en comparación con la luz del sol que por sí sola amanece a la
noche de un lugar de la tierra sustrayéndola de las tinieblas, volviéndola día.
El espíritu de un pueblo es el
sol de su destino.
Ninguna personalidad destacada de
un pueblo le suma o eleva un ápice a la grandeza de su Espíritu nacional.
Es el Espíritu nacional el que
permite toda elevación personal al individuo.
Así, los que expresan alguna o
varias características de nuestro Espíritu argentino se ponderan con ello, se
verán engrandecidos. Pero no le suman nada a él.
El espíritu de un pueblo es
siempre el mismo. No cambia.
Jamás cambia en razón de aquellas
influencias que ampara de sus miembros. El espíritu de un pueblo obra de
acuerdo al principio jerárquico de la Naturaleza. La influencia será de arriba
hacia abajo, nunca al revés.
Los humanos necesitan del
Espíritu, pero éste no precisa de ellos.
Grecia no comenzó a ser Grecia
por los magnos poemas homéricos, al contrario.
Porque Grecia ya era Grecia pudo
producir un día La Ilíada y La Odisea.
Otro tanto pudiera decirse de
Roma. El Derecho no hace grande a Roma, sino que siendo esta grande hace
posible un día el noble Derecho Romano.
Ni el creador del Regimiento de
Granaderos a Caballo ni el autor de la Encíclica “Lumen fidei”, son
argentinos.
Ellos no son nosotros.
Amén.
BIBLIOGRAFIA DE Gabriel Ruiz de
los Llanos.
1 “Quimera”
(1968) Cuento.
2 “Si te dicen que he
muerto, desconfía” (1974) Poesía.
3 “Venceremos”
(1975). Poesía.
4 “El mejor enemigo
es el enemigo muerto” (1976) Poesía..
5 “La maratón”
(1977) Narrativa.
6 “Desiertos, mares,
multitudes” (1978) Cuento.
7 “Sinceramente tuyo”
(1981) Poesía.
8 “Qué es correr”
(1981). Ensayo.
9 “Géminis”
(1982) Narrativa..
10 “El antisemita”
(1984) Ensayo.
11 “La mala fe”
(1986) .
12 “Los favores
recibidos” (1991) .
13 “Pascual Contursi”
(1993) Ensayo.
14 “Vida de Antonio
D’Alessandro. (1993) Biografía.
15 “Enrique Cadícamo”
(1994) .
16 “Lo argentino en
el Tango” (1994)
17 “Sola, fané,
descangayada” (1994) Ensayo.
18 “Juan de Dios
Filiberto” (1994) Ensayo.
19 “Santos Vega”
(1995) Poesía.
20 “El primer
argentino” (1996) Ensayo.
21 “Diccionario
Argentino de Santos Vega” (1996) Ensayo.
22 “Himno a Cachi y
Payogasta” (1998) Poesía.
23 “La Patria”
(1998) Ensayo.
24 “Santos Vega,
Martín Fierro, Los Tres Gauchos Orientales” (1999) Ensayo.
25 “Avanza el enemigo”
(2000) Narrativa.
26 “A paso redoblado”
(2001) Narrativa.
27 “El día menos
pensado” (2002) Narrativa. I
28 “El alarde”
(2003) Cuento.
29 “Dios no es árabe”
(2004) Ensayo.
30 “El Corán Criollo”
(2006) Poesía.
31 “La maratón”
(2007) Edición definitiva. Corregida y aumentada. Narrativa.
32 “Pensamiento
argentino” (2008) Ensayo.
33 “Kafka” (2008).
Ensayo.
34 “Dios es nazi”
(2009) Ensayo.
35 “Monte Chingolo
(2010) Poema
36 “Si sos judío, no cantés el Himno”
(2011) Ensayo.
37 “Adolf Hitler.” (2011) 1000 Aforismos.
38 “El amigo de Hitler” (2011) Poema.
39 “El Pensamiento es un atributo masculino”
(2012) Ensayo.
40 “Serás lo que debas ser” (2012) Ensayo.
41 “Padre nuestro que estás en la ESMA”
(2013) Ensayo.
42 “La
Biblia: Ese libro que nunca existió” (2013. Ensayo.
43 “Carta al Papa,
comentario a la Encíclica Lumen fidei” (2013)

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