viernes, 22 de abril de 2016




Gabriel Ruiz de los Llanos

Editorial del Nuevo Amanecer
Buenos Aires / Diciembre 2014





NI SAN MARTÍN NI BERGOGLIO SON ARGENTINOS





El que quiera servirse de esto, que lo haga
Quien lo necesite puede saciarse libremente acercando hasta sí lo que esta fuente le ofrece. Uno nunca sabe, deja pasar la oportunidad, se distrae y  cuando quiere hacerlo no tiene de dónde.
Si buscó pistas, honradamente, de lo que las cosas son, antecedentes hasta hoy ocultos, le basta tomarlas de la palma de esta mano que se extiende en su buena voluntad y generosidad  entregando  eso,  claves de asuntos que tratan de nosotros. Los argentinos.
Reflexiones que llevan consigo el cuidado de la verdad a lo largo de una exposición simple orlada de primicias argentinas que cuelgan de su balcón.
Novedades nunca oídas, sugerencias no escuchadas, y que llevan derramadas en su originalidad definiciones sobre la Identidad argentina, el Espíritu argentino, y el origen de éste.
Decía Domingo F. Sarmiento hace 170 años estas  palabras que más hubiesen querido firmar  como propias los que a lo largo de todo ese tiempo la han ido de nacionalistas,  que en el reparto de nombres eligieron uno para ellos que les quedó grande,  decía Sarmniento, en su  inmarcesible  “Facundo” :

Este hábito de triunfar de las resistencias, de mostrarse siempre superior a la naturaleza, desafiarla y vencerla, desenvuelve  prodigiosamente el sentimiento de la importancia individual y de la superioridad. Los argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia.”

Dejando primero que estos conceptos arropen sabiamente los oídos, preguntamos nosotros luego, más para entregar una respuesta que para recibirla: ¿De qué cosas podríamos legítimamente presumir y llegado el caso arrogarnos los argentinos?
Lo que sigue va dedicado en primer lugar a los que Rafael Obligado señalaba como los que tengan corazón, los que el alma libre tengan, los valientes ésos vengan a escuchar esta canción: sostenemos nosotros que los argentinos pueden presumir y arrogarse con licitud absoluta de aquello que carga en su ser el Espíritu argentino, de lo que exuda en sus manifestaciones de grandeza y lo que transmite al poseedor de sensibilidad para hacerlo suyo a nuestro Espíritu.  Los argentinos podemos presumir y arrogarnos de nuestra índole  que  es:

1) Bizarra prosapia de la sangre. 2) Augurio de banderas. 3) Garantía del Ser. 4) Índice que señala reos que arrastran los pies del alma al caminar. 5) Embriaguez del concepto. 6) Estilo que nos coloca entre la espada del Deber y la pared de los sueños. 7) Abadía de sintaxis. 8) Aval antropológico bajo bandera.  9) Pasado perfecto. 10) Lo opuesto a la trémula endeblez estulta del Resentimiento. 11) Gravidez de originalidad. 12) Umbral metafísico de un empuje triunfal. 13) Empuñadura genealógica de la Tradición.

Debiendo entenderse de la prolija definición que antecede, entre otras cosas                                                                                                                      lo siguiente:
Que el Espíritu argentino es un espléndido encadenamiento místico de su linaje.
Que siendo el que es sugiere por sí mismo airosos estandartes.
Que nuestro Espíritu se basta y se sobra para responder por el cumplimiento  de los deberes argentinos que nos caben.
Que  el Espíritu argentino condena todo desgano del alma
Que lleva en  su mirada los ojos llenos de razones de vida.
Y habrá que entender del Espíritu argentino que embosca su por qué, colocando de un lado todas sus obligaciones y del otro todos sus anhelos, sin lugar para nada más.  Y desde esa sujeción se prorrumpe.
Porque el Espíritu argentino ha hecho un jubileo del verbo castellano para cantar la saga de su Destino en ocasiones propicias.
Porque se hace teoría allí donde se afirma el hombre.
Porque habiendo sido el Espíritu argentino el que debía ser, sólo le cabe ser el que debe. Y en eso se solaza.
Porque nuestro espíritu es extranjero al rencor, al que no pisó nunca. Y será siempre forastero en la tierra de la Envidia. El argentino no envidia, si envidia no es argentino.
Que sin pesarle la adversidad al punto de rendirse, encabeza la caravana luminosa de lo nuevo.
Porque el Espíritu argentino estará siempre a las puertas de las bendiciones a las que se ha hecho merecedor.
Tal vez el mundo pueda entender que el Espíritu argentino se hizo plegaria para Dios, águila para sus propósitos y espada en defensa de su sino.
De esto nos arrogamos y presumimos los argentinos.

Estas son las novedades de las que hablábamos, nuestras primicias criollas, las definiciones inauditas hasta hoy, (trece de ellas) de lo que el Espíritu argentino es y en lo que se reconoce y puede ser reconocido.
Seguimos ahora con lo que hace al origen de nuestro pueblo.
Decir que si algo ignoraban los nobles conquistadores españoles de América  eso fue qué traían consigo, más allá de las armas, de las provisiones, las herramientas de trabajo y de los animales que colmaban  las bodegas de sus barcos, a saber: traían consigo la materialización inicial de un pueblo.
Los españoles traían en la potencialidad de su buena voluntad y coraje la materialización  del pueblo argentino, que aparecería bajo la luz del sol de las pampas  llevando su piel criolla, en el siglo XVI.
Hoy sabemos que, biológicamente,  todo comenzó cuando el férvido miembro del conquistador se hundió consecutivo en las vaginas anhelantes y agradecidas de las salvajes, para volverse más tarde fecundación de carácter nacional.
A esa consumación entrañable e impensada de dos pueblos que hasta allí se desconocían descendería el Espíritu que determinaba ese encuentro, portadores del cual se multiplicarían en el solar de nuestra Patria los primeros argentinos.
Por este camino acercamos ahora una  precisión más a la definición de nuestro Espíritu, que  simboliza:
El triunfo de la sabiduría sobre la ignorancia
La gloria del Bien sobre el Mal.
La victoria de la luz sobre la oscuridad.
Conste todo esto como integración e integridad de nuestra propia índole.
Recordando que podrá haber un pueblo siempre que a través de una sangre que lo anime haya un espíritu que lo enaltezca, habiendo hecho pie en una tierra.

Al hombre la frase le ganó de mano, en ese momento él estaba en otra cosa y el imprevisto lo cambió de lugar, llegando a incomodarlo. ¿A quién se le ocurría, a esta altura le venían con eso? Sin embargo, se sintió forzado a aceptar dentro de su conciencia la instalación de esa molestia.
Le parecía que el dato llegaba demasiado tarde, cuando la historia y el peso enorme de  lo consuetudinario aplastaba cualquier modificación imaginada sobre quién era quien en este mundo y entre nosotros.
El hombre vulgar, bronceada su alma fofa por el sol de la indolencia parecía terminar de enredarse en el alambre de púas conceptual de inseguridad y desconcierto que le amenazaba de lo que acababa de leer.
Para su bien o su mal era testigo del enérgico revoleo de esa definición que bien podía haber caído en el patio interno de la curiosidad de alguno. Del suyo, acababa de recogerla.
Intérprete ocasional de lo escrito, esa persona de oscuras intuiciones, él mismo parte del plexo que habitualmente forma parte de las mayorías, se estremeció con la lectura de la divisa.
Este hombre, que no era ni bueno ni malo sino grosero en su zafiedad, terminó de repasar, curioso, el título de este ensayo que proponía, sucinto y sin vuelta atrás al estilo Hernán Cortés pegando fuego a su flota, lo que sigue:

Ni San Martín ni Bergoglio son argentinos.”

Ciudadano de lo chabacano, como hombre vulgar se confíaba a sí mismo, a modo de cabo que él se termina tirando para salir del desconcierto: ¿Quién podía pensar algo semejante? Y también: ¿Se trataría de gente que no tiene otra cosa que hacer que buscar el escándalo?
Fuera lo que fuese, y decidido a aliviarse de la incomodidad que experimentaba y a salvar a quienes pudiese que estuvieran en situación semejante a la suya, vuelve a preguntarse: ¿No hay temas más interesantes que estas pavadas?
Mientras busca zafar de su atasco, de esa suerte de injurias que el viento parece haber reunido en ese título, que ha tenido la virtud de hendir su conciencia, cruza veloz su Entendimiento  una duda: ¿Estaré quizás en deuda con el tema?
¿Debió  pensar él en algún momento  en algo difuso, por no decir laberíntico, como la Identidad argentina? Y tras esa duda, otra: ¿Se justificaría pensar en términos aceptación o rechazo de una persona según fuese su Identidad? De ninguna manera, ¿para qué?
El hombre vulgar ha entrevisto la punta de un ovillo que no es otro que el de su mediocridad, que tantas veces ha hilado como de memoria.
Ahora, un poco más dueño de sí mismo, en razón de creer poder desacreditar  en principio  semejantes averiguaciones, quiere saber: ¿Acaso existe algo que sea propiamente argentino? Todas estas preguntas reunidas buscando la luz, cuando la oscuridad lo envuelve.

¿En qué consiste ser argentino?, nos preguntamos nosotros.
¿Qué elementos integran la Identidad nacional de un hombre cualquiera, y cuáles la Identidad de un pueblo?
Se nos hace que si somos incapaces de definir o de interpretar esta sencillez que proponemos, responder a la pregunta qué cosa es eso con lo que nos enfrentamos, qué somos nosotros mismos, mal podremos resolver asuntos más complejos. Determinar, por ejemplo, para qué estamos en este mundo.
Si el ser es como enseñara Parménides, y no puede no ser, una Identidad es lo que es y no puede revocarse a sí misma asï sea por la ignorancia de todos. Por no poder dar nosotros las explicaciones precisas de lo que es. Pero pareciera.
Menos aún tratándose de la Identidad de un ser humano, dotada según creemos de Entendimiento, que es como decir de una potencia para concebir, para juzgar y comparar a las ideas entre sí.
Que un hombre no sepa dar explicaciones de quién es ese que es, debiera terminar inhibiéndolo de querer lo que quiere y de llegar a poder lo que tal vez pueda.
Hablemos de nosotros, los argentinos. Llenémonos la boca entonces de respuestas.
Pensemos que si a lo largo de nuestra historia hemos dado por sobreentendido, temerariamente, lo que creíamos saber y no sabíamos de nosotros mismos, eso podría dejar cerca nuestro la idea de por qué los argentinos teniendo tanto terminamos teniendo tan poco.
Nunca en su historia La Argentina vivió el tiempo apátrida y bastardo que vive en un presente que se extiende a lo largo de por lo menos treinta años, tiempo que dura el regreso de la Democracia, tiempo de destrucción sistemática de sus costumbres, de sus instituciones y de su Tradición, experiencia que rueda desde el año 1983 sobre los rieles de esta ominosa democracia que padecemos.
Sistema político desgraciadamente restaurado por todos los partidos, sucedáneos cada uno a su manera de la Subversión derrotada legítima y afortunadamente por las Fuerzas Armadas argentinas en los años setenta.
Volviendo a la cuestión que nos toca creemos que sí tiene una importancia desgraciada ignorar con toda la naturalidad que se ignora qué cosa es ser argentino. En qué se funda esa condición, cuál es nuestra índole.
Sí, desgraciadamente, creemos que esta ignorancia generalizada influye más de lo que imaginamos para que terminemos hallándonos en el estado de postración que nos hallamos, debiendo utilizar para ir de aquí para allá la silla de ruedas de la inmunda democracia igualitaria, donde el Bien y el Mal valen un voto.
No olvidemos entonces cuando debamos hacer las cuentas de orden espiritual, mucho antes que ideológico, que todas las revoluciones judeo marxistas modernas han tenido cada una a su modo el objetivo final de apoderarse de la Identidad de la nación que han subvertido. 
Toda revolución judeo marxista se ha propuesto y se propone apoderarse de la Identidad  de la nación en la que obra.
Y eso es lo que ignoramos.

Que sea una costumbre en nosotros no explicar en momento alguno qué son las cosas sobre las que hablamos no significa que éstas carezcan de una causa, de un argumento que las pruebe o de una demostración posible, de un motivo que haya terminado cumpliéndolas  desde un origen determinado.
Dicho todo esto vuelve a nosotros en el momento que los oradores ofrecen sus discursos guardándose de hacer saber qué quieren decir con lo que dicen, el recuerdo del Profesor George E. Moore (1873 – 1958) que supo ponerle el cascabel al gato de lo que se da por sentado, de lo que se da por supuesto sin estarlo.
Ese es el humo mnemónico hacia el que vamos, la señal suya que sube al cielo y nos convoca, la referencia que ofrece y que ha quedado en el recuerdo del concepto del Bien.
Este advertido inglés nos decía que desde Aristóteles hasta nuestros días, cruzando inmutable el tiempo, ese noble término ha sido usado hasta el cansancio por agentes de una locuacidad fácil, filósofos en algunos casos, sin tomarse ninguno de ellos en los arrestos de espontaneísmo que les ha cabido el trabajo de definirlo.
¿Qué significa Bien?
Vale la pena detenernos en esto, antes de continuar con el tema que nos trae, suponiendo que el que nos lee adivina lo que queremos decir. Seamos capaces de definir ese concepto.
¿Acaso son unívocos en sus respuestas los interrogantes acerca del  Bien?
¿Cuál es el qué del Bien, el para qué del Bien y, por último,  cuál es el por qué del Bien?
Despedimos al Profesor Moore agradeciéndole la orientación que nos prestara en la concurrida ciudad de las etimologías señalándonos el camino más corto para llegar al barrio de los significados y aprovechamos al mismo tiempo para preguntar, en serio, por la Identidad.
¿Qué significa Identidad?
¿Qué queremos decir cuando decimos Identidad?
Diremos, desde lo estrictamente filosófico, que Identidad es el rostro del ser. Rostro que podemos ver y presentir con los ojos del Espíritu.
Ese rostro que es aprehendido en un solo golpe de intuición y al mismo tiempo en todas sus perspectivas, en todos sus aspectos.
La Identidad es la correspondencia absoluta del ente consigo mismo.
Pero la Identidad nacional de un hombre es  eso y más que eso.
Entonces preguntamos, ¿qué es lo que integra la Identidad nacional de un hombre, la Identidad nacional de un pueblo?
Esto es lo que integra la Identidad de cualquier hombre:
Uno: El Suelo, que es la tierra en la que el hombre nació.
Dos: La Sangre, que ha traído ese hombre a este mundo.
Y tres: El Espíritu de su pueblo , que comparte desde su familia con los naturales  de la tierra en que naciera.
Conviene puntualizar que el solo hecho de haber nacido en un lugar del mundo determinado no le otorga a nadie pertenencia al pueblo de ese lugar, ni le da derecho alguno a llamarse ni remotamente miembro del mismo.
El caso paradigmático de lo que decimos es el judío.
El judío nunca llega a ser natural del pueblo al que llega o en el que nace en ningún lugar del mundo. El judío nunca pertenece al pueblo en que reside aunque lleve generaciones en el mismo. El judío pertenece al pueblo de Israel. Eso lo ha excluido y lo  excluye de todos los pueblos.
Pensemos también en esto: que llega a un lugar determinado una pareja. Tienen allí un hijo, permanece allí una semana o unos años. Y esa permanencia no vuelve al nacido allí miembro del pueblo de ese lugar.
A nadie se le ha ocurrido llamar brasilero a Alfredo Le Pera (1900 – 1935) por haber nacido en San Pablo, Brasil.
Así, la primera generación de hijos de inmigrantes en cualquier lugar del mundo no es parte de ese pueblo. ¿Por qué? Porque quien naciera en esas condiciones y con esos antecedentes carece, en primer lugar, de la sangre y luego del espíritu del pueblo al que llegara.
Llevar la sangre de una estirpe, de una raza, le impide al más pintado ser uno de una comunidad que no es la suya, de un pueblo que no es el propio.
Lo que ha cohesionado a lo largo de generaciones las identidades nacionales ha sido la trama indisoluble de la sangre con el espíritu de la tierra y el suelo mismo.
El que llegue como inmigrante a un lugar determinado está frito.
No tiene posibilidad alguna de llegar a ser un miembro del pueblo que alcanza. Lo que tal vez pueda lograr es que su bisnieto nacido en ese lugar, tercera generación consecutiva allí sí pueda comenzar a ser considerada parte de ese pueblo. O sea el hijo del hijo del hijo del inmigrante.
Pondremos dos casos tomados de la cantidad inmisericorde de inmigrantes que han llegado a nuestra tierra. No por cierto los mejores, al fin y al cabo no hacen nunca a la inmigración los elementos de más valor de un pueblo.
Por allá tenemos al judío Alberto Gerchunoff (1883 – 1949) que acuñara el intencionado desliz, por si pasaba, de los gauchos judíos. Que residió entre nosotros largos años.
Y por acá, a Giuseppe Ingenieri ( 1877 . 1925), nombre artístico de José Ingenieros, patético cuando no tilingo izquierdista, creyente de misa diaria de Carlos Marx y otros zaparrastrosos del espíritu, que después de envenenar de mil formas a través de la prensa y la literatura el alma argentina con sus diletancias ocicó mal, decididamente, sin poder entrar en el Jockey Club de Buenos Aires.
Que fue lo que más quiso poder en la vida.
Tanto Alberto como José han sido y son nombrados como “argentinos”, sin serlo.
Ahondar en las manifestaciones escritas de ambos pudieran darnos una guía de lo que hacen, de lo que desean hacer, y de lo que terminan haciendo los inmigrantes en el país al que llegan.
Y decimos que el bisnieto, recién el bisnieto de un inmigrante, formaría en puridad  parte del pueblo inmigrado siempre y cuando el espíritu de esa nación lo haya alimentado y condicionado a través de la familia de origen en las costumbres de ese colectivo al que se asomara, en la historia del mismo y fundamentalmente en su Tradición.
Siempre en las aguas abiertas del Mar de la Inmigración en nuestras tierras, en este caso primera generación de ellos, podemos dar sólo por método dos nombres: Ezequiel Martínez Estrada (1895 – 1964) y Guillermo E. Hudson (1841 – 1922), el primero hijo de españoles, y el segundo hijo de norteamericanos.
Ponemos este ejemplo por ser nombres conocidos por todos, que pasan por si pasan por escritores “argentinos”.
Martínez Estrada integrante de la élite de oro del Resentimiento que haya pisado nuestro país. Quizás nadie como él vomitó más inmundicias respecto de España y de Argentina, países que le valieran para llegar hasta aquí, y después de arribar,  para hacer pie.
El otro, Hudson, una suerte de monje blanco de los pájaros que terminó levantando vuelo hacia Europa encontrando nido allá.
Ni uno uno ni otro con sus miserias ni sus méritos es uno de los nuestros.
Y visto el papel que cumple en el Orden natural el Espíritu de un pueblo no debe olvidarse que es por él, por el Espíritu, que el lugar donde hace pie un pueblo y queda para siempre se convierta en Patria.

La Identidad nacional de un hombre, como hemos dicho, no aparece de un día para el otro. Tampoco la otorga el papel o documento extendido por la autoridad política de país  alguno.
Que distintos gobiernos declaren que un señor posee una Identidad determinada no significa que ésta sea la mencionada en el escrito.
Hablando de Identidad y mostrando que no la creemos a esta como sinónimo de DNI, y mostrando qué lejos se puede ir mancillándola, pensemos por caso en una               monstruosidad que ha comenzado a darse  en Occidente.
Detengámonos un instante en esa repugnancia aleve de las democracias modernas, que le permiten a un degenerado que nació varón marchar un día al Registro Civil y anotarse como mujer.
La Naturaleza, que por buena educación no escupe en ese caso, se ríe ante el ridículo aberrante.
Cuando a comienzos de 1600 Martín del Barco Centenera escribió el Poema “La Argentina o la Conquista del Río de la Plata” entregándonos, sin llegar a saberlo nunca, el gentilicio a los argentinos, fue en el momento exacto en el que nuestro Espíritu se posaba inaugural en esta tierras del sur de América, que había sobrevolado suficientemente, sugiriéndonos el solar nacional.
Por entonces el Espíritu argentino ya había sido gestado por el Destino, por la Providencia si se quiere, por Dios o como se guste llamar al Creador, y comenzaba a llegar su influencia hasta los primeros criollos, hsta los primeros argentinos.
La Identidad, sea ésta de un hombre o de un pueblo no es el antojo de nadie.
La Identidad de un hombre o de un pueblo no es un capricho, aunque algunos se empeñen en que lo sea, aunque algunos trasnochados busquen hacerlo pasar por tal.
La Identidad no será nunca el deseo deseado por nadie.
La Identidad no es Voluntad, es imposición.
La Identidad es como el amanecer, el hombre amanece plenamente en el que es, completo y sin posibilidad alguna de retoque de sí.
La Identidad llega en el ser, en el ente, en el hombre, y llega toda de una vez, y para siempre.
La Identidad de algo  es inmutable, no cambia jamás en nada. Y puede hablarse de ella como de la existencia. Que puede vivirse de infinidad de maneras distintas, pero es siempre la misma. Él vivió así su vida, se dirá de alguien dando a entender que se trataba de una historia que era sólo la suya.
La Identidad no es susceptible de ser construida.
Construir la Identidad es un disparate cuyos derechos de autor corresponden a la Izquierda política.
Esa idea es una de las metástasis que ha producido en el cuerpo de Occidente la peste del alma desatada el 4 de Julio de 1789 en Francia, con desarrollo posterior en el año 1848 cuando la calamidad del Manifiesto Comunista dejara su tendal de bajas.
La Identidad no sólo tiene que ver con lo Absoluto sino que depende de Él.
Depende del orden universal dentro del cual ha nacido la especie humana, y le ha sido impuesta.
Pudiera sostenerse con toda licitud que aquellos que pasan por ciudadanos o integrantes de los pueblos a los que llegan, tratando de pasar por éstos, pueden ser tomados por comedidos de Identidad. Artistas que se han caracterizado con las ropas y arreglos propios  de la tradición del pueblo al que llegaron.
Desde esta perspectiva vamos a analizar algo de la vida y la obra, si es que la hay en ambos, tanto de José Francisco de San Martín y Matorras como Jorge Mario Bergoglio.
Ellos son, propiamente, comedidos de la Identidad argentina. Usufructuarios de la misma sin derecho que les quepa a ellos. Recordando que no hay comedido que salga bien.
Ni uno ni otro, por razones que cruzando el umbral de sus historias resultan obvias, jamás dijeron de ellos mismos que no eran argentinos. Se guardaron de semejante honradez.

¿Por qué detenernos, por qué señalar a quienes se dicen o de quienes se dice que son argentinos sin serlo?
¿Acaso para alguien es lo mismo ser amigo que familiar que hijo que conocido que padre o nieto de alguien?
¿Es lo mismo tratar los asuntos del país, del interés familiar, o de los negocios municipales con un compatriota que con un extranjero?
¿Le abre uno la puerta de su casa a un desconocido invitándolo a pasar? ¿Sienta uno a su mesa a un  extraño al que ve por primera vez? ¿Le confía alguien de buenas a primeras sus secretos, su propósitos, sus objetivos de vida, sus confidencias a quien desconoce?
También sería interesante saber por qué razón será que alguien decide olvidar compulsivamente, negar o mentir sobre su propio origen.
Y sería también instrumentalmente bueno llegar a saber por qué motivo algunas personas andan por la vida borrando sus huellas personales, quitando sus datos particulares, y hasta trucando su nombre propio. A este respecto decía José Hernández:

“Sin ninguna intención mala / lo hicieron, no tengo duda / pero es la verdad desnuda /siempre suele suceder / que aquel que su nombre muda / tiene culpas que esconder.”

¿Qué razón podría llevarnos a reconocerle a un forastero, a un desconocido, a un extranjero los mismos derechos que a un argentino?
¿Es lícito que un elemento foráneo a nuestra nacionalidad utilice en beneficio propio el título y el honor de ser argentino?
Seguramente que la exposición que llega hasta aquí se volverá más nítida en sus contornos, más tangible, más fácil de reconocer si la atamos a los hechos cotidianos.
Hablar del clásico tránsfuga de Identidad, del usufructuario ocasional y graciable, que las más de las veces busca con las fuerzas de las que es capaz aquerenciarse en el lugar al que llegar es hablar del inmigrante.
Si la Identidad fuese algo accesorio en las personas no existiría desde que el mundo es mundo esa bolsa de problemas, muchos de ellos dramáticamente serios, de los sin papeles.
El inmigrante decidió darle un día la espalda a sus cosas, a su cielo, a su Patria, y viaja, se fuerza a viajar, hasta llegar a asomarse y pisar otra nación que la suya, características estas de la Identidad de otro pueblo, que no se hallarán exhibidas en carteles de ningún tipo en caminos o rutas del país al que se llega, características que son más ostensibles que cualquier otro mandato dicho o escrito, que pesan sobre los que pisan esa tierra desde el momento  que lo hacen                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
Historia conocida, el inmigrante ha llegado a ese país para matarse el hambre, y si fuese posible cada una de las necesidades que hasta ese día se le han envalentonado haciéndole la vida imposible en su propia patria. Que lo obligaran a emigrar.
Entonces llega a La Argentina.
¿Cómo podría tener ese mortal subrepticio, lejano y desconocido, ese aparecido en blanco de la nacionalidad iguales derechos a nosotros, a los criollos, los argentinos, a los que con mucha honra nos cabe el gentilicio de Centenera?
¿Cómo no recelar de ellos?
Así se sospechó de San Martín recién llegado al Río de la Plata desde el 9 de Marzo de 1812, como debió sospecharse de Bergoglio cuando fue ungido Papa el 13 de Marzo de 2013 cuando le dio la espalda a sus amigos y compañeros de ruta hasta entonces, los militares argentinos.
Porque muchos hacen hoy referencia a la actitud despectiva, oportunismo político, del cáncer del gobierno judío de los Kirchner al saber que el ítalo Bergoglio había sido elegido Papa.
Se recuerda que la canalla CFK a poco de conocida la noticia dio a la prensa un comunicado oficial frío y distante, en sintonía con la reacción de la Izquierda que mucho más honesta que la Fernández reconoció súbita el pasado  filo militar de Jorge Mario.
Pero lo que no se tiene presente en paralelo con aquella desgracia es que éste clérigo, ese hombre que ama a los hombres, que durante la justificada Dictadura instaurada el 24 de Marzo de 1976 estuvo codo a codo con los que defendieron la Patria de los crímenes de la guerrilla, sin quedarse nunca corto en bendecir tropas, armas, uniformes, secuestros, formaciones, desapariciones de guerrilleros, días patrios, aunque de pronto el papado parece haberlo trastornado y: Si te he visto no me acuerdo.
Dice el tango de Adamini, Giampetrucci y Balioto, “Ahora no me conocés”:

“Ahora no me conocés / me borró tu ingratitud / y aunque dejes mi alma trunca / no podrás olvidar nunca / lo de nuestra juventud.
Algún día llorarás / todo el daño que me hacés / te busqué sin darme paz / por cariño nada más / y ahora no me conocés.”

Y estos versos bien pudieron gritárselos al vecino del barrio de Flores en Buenos Aires, los militares argentinos. Con la fidelidad que hasta entonces los ligaba a él, ahora hecha pedazos, hecha trizas por Jorge Mario a propósito de su acceso a la Silla de Pedro, fidelidad del  estrecho vínculo que mantuviese por  largos años con las Fuerzas Armadas argentinas, a quienes comenzó a desconocer de un momento a otro.
No más pisando con su cuerpo los dominios vaticanos, el regordete Bergoglio  ya entronizado Francisco giró 180 grados.
Comenzó a no hacer  más que recibir a  los amigos, favorecedores y familiares directos de los traidores a la Patria de los 70.
Bergoglio se mostró al mundo, bueno como es, a los besos y los abrazos y las estampitas con los cómplices de los traidores a la Patria desaparecidos en la Guerra contra la Subversión. Justamente desaparecidos.
Es el día de  hoy que Francisco no cesa de recibir a los hijos, a las madres, las abuelas y toda la cría infame de los traidores a la Patria, a los que combatieron contra ella, contra su Bandera y mataron a sus soldados.
El amoroso vecino del Barrio de Flores se cansó de recibir a esa canalla, CFK, privilegiándola a todo el mundo político y diplomático.
Así no obra un argentino de ley.

Pasando al   otro protagonista de las reflexiones que nos ocupan nos detenemos en José Francisco.
No dejará nunca de llamar la atención en el “caso San Martín”, a poco que se le preste la debida atención, la aceptación unánime de todo el mundo teniéndolo por argentino.
Se lo toma a San Martín por argentino o por criollo porque sí, sin  que exista justificación alguna para hacerlo. La veneración / encubrimiento  arranca en el Combate de San Lorenzo y concluye con los triunfos que obtuviera en las batallas que decidieran nuestra Independencia.
Sostener que San Martín es argentino porque nació en Yapeyú es una puerilidad.
Una grosera puerilidad que alela. Con ese criterio cualquier hijo de extranjero en tránsito, con un hijo nacido acá que después se vaya con su familia a la tierra de origen de esta, queda pegado a nosotros.
¿A qué familia perteneció San Martín? ¿Quién fue? ¿Qué hizo de su vida y de sus lealtades San Martín?
Siendo estas pocas preguntas  imperiosas a responder, no parecen importarle a nadie.
La sensatez de cualquiera parece ser arrastrada por el curso impetuoso de las aguas del Héroe.
El peso del bronce de su carrera militar en América cae y aplasta todo análisis honrado posible. Él luchó por nosotros, parece ser el pensamiento que sostiene su espontánea Identidad, luchemos ahora nosotros por él.  Ayudémosle a desplazarse por la Historia con su protésica Identidad.
Se dijera que se necesitaba in símbolo, intangible a todo cuestionamiento.  Y ahí está.
Si procedió bien o mal, si el haber visto la luz de chiripa, como miembro de una familia española que termina yéndose cuando él es niño no debiera importar. Hay que ser agradecido.
Decíamos en “Serás lo que debas ser” (G. Ruiz de los Llanos, Editorial del Nuevo Amanecer, Buenos Aires, Mayo de 2012), en su presentación:

Varón  de los ejércitos, vívido Averroes de su propia Identidad, buscó el amparo de la teoría de la “doble verdad” para justificarse por un lado español por la razón, al tiempo que por otro  argentino por la fe.  No pudiendo ser otra cosa que español ya que  sus padres y su árbol  genealógico lo eran, ¿podía ser argentino sólo porque el viaje de su familia se detuviese para que viese la luz en Yapeyú?
     José Francisco de San Martín y Matorras, que de él hablamos, enganchó en algún momento la teoría de las dos verdades a la idea de reimpulsar su carrera militar. ¿Podría zafar de un destino  de  soldado del montón del Rey que veía venírsele encima, a pesar de sus distincione en los combates de Arjonilla  y de Bailén? Lo intentaría.
      ¿Podía ser un hombre el hijo de dos madres, servir a dos banderas, y honrar a dos lealtades contrapuestas? San Martín  quiso creer que eso era posible.
     Accedido a Coronel,  José Francisco de San Martín, soldado español, viajó a América para darle vida al personaje imaginado. Y aquí fue más allá de lo pensado, llegando a héroe de los argentinos.
Al momento de pegar la vuelta de estos pagos hacia  Europa, y arropando el relumbrón de una destacada actuación militar como redentor sudamericano  e impedido de pisar España a causa de su deslealtad, se radica en Bélgica donde escribe su máxima “Serás lo que debas ser o no serás nada.”, en 1825
     En la ocasión aprende, súbito, lo que él mismo se va enseñando. Entre otras cosas, que en cuestiones de orden moral y a pesar de las buenas intenciones que nos quepan, no hay Averroes que valga. Que allí  dos más dos, son cuatro.


San Martín fue uno de los tantos extranjeros que hizo suya la causa argentina de la Independencia, y por ahí parece que se filtró la idea que hiciese, suya también, la Identidad argentina. Si lo dejaban. Y lo dejaron. Al menos así parece.
¿Habrán caducado de pronto los principios naturales, esos que permiten saber debido a qué un hombre pertenece a un pueblo y no a otro, junto al sentido común?
¿Será que la ignorancia y la sabiduría, el Bien y el Mal, la oscuridad y la luz deben equivalerse en determinados momentos, si nos conviene obrar de esa manera? ¿O tal traiciones sean aquellas que no nos favorecen'

No hace falta demasiada audacia de Entendimiento para comprender que ni San Martín ni Bergoglio son argentinos. Nunca lo fueron, aunque hasta hoy los hacemos pasar por tales.
Las razones de esto son evidentes, sin lugar a presunciones.
El soldado del Rey, quien defendiera a lo largo de veintiún años, yendo de enganchado al Regimiento “El Leal” de Murcia a los doce años, llegara en su carrera militar al grado de Coronel  de la Hispanidad a los treinta y tres años, pasó de la noche a la mañana a convertirse en su enemigo. Una vergüenza. .
San Martín tenía sangre española, por sus padres, sus abuelos y por toda su familia.
Cómo podía ser argentino San Martín, qué mamarracho es ese?
¿O quizás se trató de una versión americana del prodigio de San Genaro que, licuándosele la sangre a su pedido pasaba de la que tenía, la española, a la que deseaba con oportunismo tener, la sangre criolla?
Con esta reflexión vamos cerrando el asunto que hace a  la nacionalidad, a la Identidad, del Santo de la Espada.
Hagamos un poco de memoria, no demasiado.
El 1 de Abril de 1769 el Gobernador Francisco de Paula Bucarelli y Ursua (1717 – 1779), natural de Sevilla, Teniente General  de los ejércitos reales, virrey de Mallorca, es designado  Gobernador de las Provincias del Río de la Plata por real Cédula del 19 de Diciembre de 1765 y sustituye en Buenos Aires a Pedro de Cevallos.
Es él quien nombra a Juan de San Martín y Gómez (padre de José Francisco) que llegara a Buenos Aires en 1764, Ayudante Mayor del Batallón de Voluntarios de Buenos Aires.
Años más tarde, el 13 de Diciembre de 1774 el gobernador Vértiz y Salcedo nombra a Juan de San Martïn Teniente Gobernador de Yapeyú, Corrientes. Allï nacería el José Francisco, devoto de Averroes.
En 1784 la familia San Martín, concluida la misión real de Juan en América,  regresa a España. Este funcionario del Rey había permanecido un total de veinte años en Argentina. Que sepamos, no dejó de ser español por eso.
En cambio, José Francisco cinco, pasó sólo cinco, lavándose de toda nacionalidad española.                                                                                                                                   .
El 21 de Julio de 1789 José F. de San Martín es incorporado , en España, por su padre al Regimiento de Infantería de Línea Nro. 20 de Murcia “El Leal”. Para prestar a partir de ese momento veintitrés años seguidos de servicios al Rey.
San Martín viaja a Buenos Aires con el grado de Coronel y el uniforme del Rey de España, llegando a esta el 9 de Marzo de 1812.
Sin embargo, en un proceso relámpago de aclimatación y conversión de su nacionalidad española a la seductora por oportunista e imaginaria nacionalidad argentina,  el 3 de Febrero de 1813 mata a 42 españoles en el Combate de San Lorenzo. Comandando el Regimiento de Granaderos a Caballo que se le encomendara, después que la autoridades argentinas obtuvieran de San Martín garantías de volver sus armas contra sus camaradas de siempre, ya que era más que sospechoso que un hombre del Rey luchase de buenas a primeras contra el  monarca.
Cuando San Martín solicita permiso al Rey para viajar de España a Sud América  con su grado y su uniforme como soldado suyo, nada dice que viaja para traicionar.
¿Qué es la Lealtad?
Desearíamos escuchar en este punto qué es la Lealtad.
Que alguien tuviese el coraje de hacerlo. Y en primer lugar y por razones obvias, los argentinos.
Que por un momento dejen de usar y quiten por fin de sí la prótesis de la Mentira, que han encajado a presión sobre el muñón de la Verdad seccionada. Que tengan a bien responder.
Que responda alguno de los tantos que en su momento tomaron las armas para tomar el poder en Argentina en nuestros benditos golpes de Estado, no que estamos cuestionando en absoluto, golpes que se dieran en el siglo XX.
¿Es acaso la Lealtad un ejercicio espontáneo y rastrero, un ejercicio inmoral de la Libertad?  
¿Será que la mala fe pretende limpiar la traición del Judas Iscariote San Martín a su España con el jabón de sus servicios prestados a la causa de la Independencia argenrtina?
Lavar y borrar los rasgos de la Identidad española en un pase de manos que justificará la Mentira,de una imposible nacionalidad argentina. Eso será siempre un chanchullo  que nada ni nadie podrá justificar.
Cuando el vencedor de Chacabuco y de Maipú regresa a Europa en los años 20 del siglo XIX se cuida como de hacerse pis en la cama de poner sus pies en  su España.

No fuera cosa que le pasase lo que al bueno, Héroe de la Independecia para los argentinos, de Juan José Fernández Campero, Marqués de Yaví que aguardó al 20 de Febrero de 1813, cuando comandaba el ala izquierda del ejército de Pío Tristán para traicionar también a España, y dar media vuelta con su caballo y emprender la huida pasándose a los argentinos.
Que la conducta de Fernández Campero haya beneficiado nuestra causa no llega a mover la aguja moral que se clava en el punto de registro  de Traición.
Enterado de su traición el mando español le forma de inmediato un Consejo de Guerra a Juan José Fernández Campero.
Los españoles supieron esperar tres años y nueve meses para ponerle por fin la mano encima al traidor.
Eso ocurrió en dïa 15 de Noviembre de 1816 en lo que se conoce como “La sorpresa de Yavï”, cuando fuerzas españolas al mando del Coronel Guillermo Marquiegui lo capturan.
Eso lo cuenta en su Historia de Belgrano, Bartolomé Mitre.
Allí comienza el vía crucis de un traidor. Lo llevan a Lima. Y en esos pagos lo pasa mal. Además de ser atormentado, enferma. Ya no se recuperará. En ese estado, siendo remitido a España,  muere en camino a ella, en Jamaica en 1820.
Un siglo más tarde, desde Perú se solicita a  España el envío de los restos del marqués, para honrarlo como patriota sudamericano.
Ya en el siglo XXI autoridades de la Provincia de Salta, Argentina, lo nombran prócer de Nuestra Independencia.
¿Qué habrían de enseñar a partir de ese momento los maestros salteños a los niños?
¿Que a un soldado le es permitido traicionar?
¿Que la traición es mala, pero buena si nos beneficia?
¿Que también nuestros soldados pueden pasarse al enemigo?

Y en este vuelo rasante sobre las aguas de la Identidad, como sobrevolaran casi tocando las aguas del Atlántico Sur para atacar a las fuerzas inglesas  los gloriosos hombres de la Fuerza Aérea Argentina en la Guerra de Malvinas,  cambiamos ahora la filosa espada por el aromático incienso.
Es hora de tratar el caso del Papa Francisco, que ama a los hombres, y cuya Identidad gringa, vaya a saber uno por qué, se soslaya.
Los Bergoglio llegaron a Argentina en los años 30 del siglo pasado. Poco después vio la luz Jorge Mario, hijo, nieto y descendiente absoluto de italianos.
Su sangre es italiana.
Por lo tanto Jorge Mario lo es.
El espíritu de Bergoglio que le llega por la historia de su familia que le llega por las venas es italiano. Por lo tanto mal puede ser argentino.
No deja de ser llamativo que la prensa, conocida su elección como Papa lo llamó de “origen italiano”.
Que si su origen es italiano, también lo es su destino.
Lo que está en el principio estará en el fin.
Creo que ya hubimos consignado que el Papa del barrio de Flores es un hombre vulgar, cuando no ordinario.
Puede decirse que poco ha hecho más allá de preocuparse por los pobres. Si nos detuviésemos en su aporte teológico , por llamarlo de algún modo, dado que Jorge Mario es un Oficial superior con mando de tropa dentro de la Iglesia, veremos que el mismo es insignificante.
Si a los jesuitas se les atribuye una formación intelectual cuidada esta no puede reconocerse en los escritos que saliesen de la mano que saliesen de la mente de Bergoglio.
¿Qué pudiéramos considerar de él a este respecto? Poco, tirando a nada.
 Allí están como reflexiones escritas lo único a considerar, sus homilías. Y ya, en su pasado inmediato una enclíclica que firmara no más accedido a Pontífice, la “Lumen fidei” “Luz de la fe”, sobre la que nos pronunciáramos en Septiembre del año 2013
Para quien se interese en la mencionada encíclica y su comentario puede verse “Carta al Papa, comentario a la Encíclica Lumen Fidei , Luz de la Fe, de G. Ruiz de los Llanos, Editorial del Nuevo Amanecer, Buenos Aires, 2013.
Sin el ánimo de distraer la atención puesta en este interrogatorio al que venimos sometiendo a las figuras de José Francisco y a Jorge Mario, sobre cuestiones de Identidad, junto al análisis de las posibles huella espirituales que pudieron dejar ambos en sus obras y sus pompas es que sumamos el vistazo que echamos a un escrito  del jesuita bueno Bergoglio.
Se trata de un ensayo del por entonces Cardenal, que hiciera llegar en el año 2002 a educadores de escuelas de la ciudad de Buenos Aires.
El texto perpetrado por el italo jesuita lleva por título “Una reflexión a partir de Martín Fierro.”
Con la mano en el corazón, pareciera ser un tema bien elegido. Mejor, veamos.
Para inaugurar dicho tratamiento Francisco lanza una pregunta egregia. ¿Qué tiene que ver el Gaucho con nosotros? (la mayúscula en Gaucho es nuestra).
Y enseguida nos preguntamos nosotros, ¿con quiénes tiene que ver? Porque él no es nosotros. Y respondemos. Con nosotros el Gaucho tiene mucho que ver. Con él, lo ignoramos. Creemos que nada.
Y ya en la carrera de su discurso se le ocurre decir que nos resultaría difícil hacernos a una idea del Gaucho. ¿Por qué, don Jorge Mario? Y él, agudo, contesta que porque no somos gente de campo, porque no vemos caballos habitualmente, salvo...¡caballos de madera en la calesita!
Original si los hay el jesuita este.
Pensamos que de los Conquistadores menos podríamos hacernos una idea, porque casi ni se los ve por la calle.
De la Torre de Pisa tampoco  tenemos posibilidades ciertas de imaginárnosla,   porque no hemos viajado a Italia.
Y ni qué decir de los filósofos griegos, que hace un tiempo que no pisan el Centro de Buenos Aires.
Pero en su profilaxis didáctica en el reconocimiento histórico Jorge Mario suma a esa primera dificultad referida al Gaucho la prevención de advertirnos que Martín Fierro no es (no fue lo que fue, diríamos) ni por la payada ni por la guitarra ni por el malón.
Es decir que según Bergoglio, se vuelve problemática la idea de reconocer al Gaucho, por que a la dificultad inicial de encontrar un Gaucho debemos sumarle aquello que haciendo a su tiempo y a sus costumbres y condiciones de vida tenemos que aceptar que no hacen a las mismas. Sabrá Dios por qué no.
Pero estemos atentos, porque el Pensamiento de Occidente ha contenido la respiración, Bergoglio ha dicho “Somos personas históricas”.
Un aforismo conmovedor.
Como se ve, todo este breve ensayo es de una insignificancia conmovedora, asotanada.
Pero en ese tedio insustancial aparece entonces el clavel reventón de su imaginación. Es cuando Bergoglio dice: “El Martín Fierro no es La Biblia, por supuesto.”
Justo será decir que todos los días no se escuchan afirmaciones como esta.
Esto lo dice como volviéndonos a la realidad de golpe. ¿Qué nos habíamos creído los argentinos?
El cura pareciera querer darnos a entender que en ese libro judío (La Biblia), del que tomara su Identidad teológica prestada el Cristianismo, está todo.  En tanto que en el lib ro de los argentinos (El Martín Fierro),  no hay casi nada.
Pasa que Francisco se ha ensartado solo.
Ha cedido a la tentación de comentar libros que lo exceden, tanto La Biblia como Martín Fierro. De la primera obra sabe, como los evangelistas, algunos pasajes de memoria, pero nada más. Ignorando, en el fondo, qué es ese libro que hoy lleva el nombre de La Biblia.
Del segundo, mejor no ponerlo en evidencia de su precariedad hermenéutica. No fuerea a ser cosa que un comentario descomedido nuestro llegase a entorpecer nuestras relaciones diplomáticas con Italia.
Martín Fierro no La Biblia, y gracias a Dios no lo será nunca.
Pero ¡si él supiese que  tampoco La Biblia  es La Biblia!
Aunque el Martín Fierro sí ha sido siempre el que es.
Aunque concede en su fofa generosidad que

“...es un texto en el cual por diversos motivos los argentinos (no él) hemos podido reconocernos, un soporte para contarnos algo de nuestra historia y soñar con nuestro futuro.”

Bueno, algo es algo, Francisco.
En el Martín Fierro podemos reconocernos. En La Biblia, no.
En el Martín Fierro podemos contarnos cosas de nuestra historia. En La Biblia, no.
En el Martín Fierro podemos soñar con nuestra Patria. En La Biblia, no.
Evidentemente el gringo quiso sobrarnos, y terminó sobrado.
El libro que comienza diciendo

“Aquí me pongo a cantar / al compás de la vigüela / Que el hombre que lo desvela / Una pena extraordinaria /  Como la ave solitaria/ Con el cantar se consuela”

 Es un libro de nuestra Identidad y de nuestra Tradición.
El libro que comienza diciendo

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. / Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, / y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”

es un libro de la Identidad y Tradición judía.
El Martín Fierro es un libro real. La Biblia es una apariencia.

En resumidas cuentas que, José Francisco y Jorge Mario : son dos Judas.dos extranjeros.
Que ellos no son nosotros.
Ambos traicionaron oportunamente a sus camaradas de ayer, a sus compañeros de anoche.
Ambos carecen de la Sangre y del Espíritu criollo.
Ellos no son nosotros.


Final.
Venimos del Espíritu, con él comenzamos este trabajo.
¿Qué nos mueve a poner en evidencia ante los demás y ante nosotros mismos, qué nos lleva a señalar de una manera concluyente, como comisarios del alma que somos si se quiere, que este prócer de los argentinos o aquel cura vulgar y ordinario devenido Papa no son argentinos, que no participan de su Espíritu, que no son nosotros?
Posiblemente la respuesta deba consistir en algo que tenga que ver con algo estrictamente humano, con eso que en todos los mortales los termina haciendo hombres y que es lo espiritual.
Más allá del trato descomedido que haya tenido alguien con su espíritu, elemento que por lo general se lo relaciona y vincula con las religiones, como una suerte de flor unívoca de las mismas,  éste es lo único con que contará  el hombre para presentarse en el mundo como humano.
Por otra parte es el Espíritu el precedente necesario y excluyente de toda religión y de toda religiosidad, dándoles a ellas todo soporte. Y no estas a aquel, claro.
Porque el Espíritu hace al hombre.
No se trata que el hombre tenga vida espiritual, si por ello se entiende que su evolución personal terminó emparentándolo con la mística, accediéndolo a ella.
No es que el hombre al crecer pisa umbrales espirituales.
El hombre por haber pisado ámbitos espirituales, ha podido crecer.
Estas líneas sobre la Identidad de Pedro o de Juan, como decía Rafael Obligado en su Santos Vega, las escribimos por respeto al Espíritu en general, y por respeto al Espíritu argentino en particular.
Por respeto de la ley no escrita que dice que de aquello que se habla debe darse suficiente noticia, haciendo saber lo necesario para diferenciar eso de todo lo demás. Primero definir el tema, luego avanzar en el mismo.
Todo no es lo mismo, ni todo es para todos.
Cualquier individuo no pertenece al espíritu de un pueblo, como que el primero que pasa por la puerta de calle de nuestra casa no es miembro de nuestra familia.
Todo Espíritu es el que es en razón de una Identidad que le va, de una esencia que se presiente, y de una índole que lo expresa Y del Espíritu argentino nos detuvimos para enunciar en qué cosas se podía reconocer que él era.
En cuanto a la relación de un espíritu determinado  con aquel hombre que lo expresa, debe prestarse una cuidada atención.
Afirmamos rotundamente que el hombre de mérito o éxito, que las personalidades destacadas de una nación no le suman brillo alguno al Espíritu de su pueblo en el que se expresan. Por el contrario es el Espíritu respectivo el que les ha permitido terminar descollando.
El brillo de un hombre comparado con la luminosidad que emana del espíritu de un pueblo  está en términos semejantes al de la luz que puede generar  una vela encendida en la noche cerrada en comparación con la luz del sol que por sí sola amanece a la noche de un lugar de la tierra sustrayéndola de las tinieblas, volviéndola día.
El espíritu de un pueblo es el sol de su destino.
Ninguna personalidad destacada de un pueblo le suma o eleva un ápice a la grandeza de su Espíritu nacional.
Es el Espíritu nacional el que permite toda elevación personal al individuo.
Así, los que expresan alguna o varias características de nuestro Espíritu argentino se ponderan con ello, se verán engrandecidos. Pero no le suman nada a él.
El espíritu de un pueblo es siempre el mismo. No cambia.
Jamás cambia en razón de aquellas influencias que ampara de sus miembros. El espíritu de un pueblo obra de acuerdo al principio jerárquico de la Naturaleza. La influencia será de arriba hacia abajo, nunca al revés.
Los humanos necesitan del Espíritu, pero éste no precisa de ellos.
Grecia no comenzó a ser Grecia por los magnos poemas homéricos, al contrario.
Porque Grecia ya era Grecia pudo producir un día La Ilíada y La Odisea.
Otro tanto pudiera decirse de Roma. El Derecho no hace grande a Roma, sino que siendo esta grande hace posible un día el noble Derecho Romano.
Ni el creador del Regimiento de Granaderos a Caballo ni el autor de la Encíclica “Lumen fidei”, son argentinos. 
Ellos no son nosotros.
Amén.















BIBLIOGRAFIA DE Gabriel Ruiz de los  Llanos.

1 “Quimera” (1968) Cuento.
2 “Si te dicen que he muerto, desconfía” (1974) Poesía.
3 “Venceremos” (1975). Poesía.
4 “El mejor enemigo es el enemigo muerto” (1976) Poesía..
5 “La maratón” (1977) Narrativa.
6 “Desiertos, mares, multitudes” (1978) Cuento.
7 “Sinceramente tuyo” (1981) Poesía.
8 “Qué es correr” (1981). Ensayo.
9 “Géminis” (1982) Narrativa..
10 “El antisemita” (1984) Ensayo.
11 “La mala fe” (1986) .
12 “Los favores recibidos” (1991) .
13 “Pascual Contursi” (1993) Ensayo.
14 “Vida de Antonio D’Alessandro.  (1993) Biografía.
15 “Enrique Cadícamo” (1994) .
16 “Lo argentino en el Tango” (1994)
17 “Sola, fané, descangayada” (1994) Ensayo.
18 “Juan de Dios Filiberto” (1994) Ensayo.
19 “Santos Vega” (1995) Poesía.
20 “El primer argentino” (1996) Ensayo.
21 “Diccionario Argentino de Santos Vega” (1996) Ensayo.
22 “Himno a Cachi y Payogasta” (1998) Poesía.
23 “La Patria” (1998) Ensayo.
24 “Santos Vega, Martín Fierro, Los Tres Gauchos Orientales” (1999) Ensayo.
25 “Avanza el enemigo” (2000) Narrativa.
26 “A paso redoblado” (2001) Narrativa.
27 “El día menos pensado” (2002) Narrativa. I
28 “El alarde” (2003) Cuento.
29 “Dios no es árabe” (2004) Ensayo.
30 “El Corán Criollo” (2006) Poesía.
31 “La maratón” (2007) Edición definitiva. Corregida y aumentada. Narrativa.
32 “Pensamiento argentino” (2008) Ensayo. 
33 “Kafka” (2008). Ensayo.
34 “Dios es nazi” (2009) Ensayo. 
35 “Monte Chingolo (2010) Poema
36  “Si sos judío, no cantés el Himno” (2011) Ensayo.
37  “Adolf Hitler.” (2011) 1000 Aforismos.
38  “El amigo de Hitler” (2011) Poema.
39  “El Pensamiento es un atributo masculino” (2012) Ensayo.
40  “Serás lo que debas ser” (2012) Ensayo.
41  “Padre nuestro que estás en la ESMA” (2013) Ensayo.
42  “La Biblia: Ese libro que nunca existió” (2013. Ensayo.
43  “Carta al Papa, comentario a la Encíclica Lumen fidei” (2013)



No hay comentarios:

Publicar un comentario